Skinpress Demo Rss

29 de junio de 2010

Mutilación

HACE mucho que no escribo. Quizás demasiado. Antes tenía la capacidad de sentarme frente a un ordenador o a una hoja de papel y comenzar a escribir líneas y líneas acerca de lo que fuera. De cualquier cosa, por vana que fuese, y finalmente el texto desembocaba en una conclusión amarga, simple, pero con la cual me sentía a gusto. Conseguía poner mis pensamientos por escrito. O incluso, mis sentimientos.
Después dejé de escribir. ¿Por qué? Tengo miles de respuestas, a cada cúan más estúpida. O a cada cuán más cierta. Sin embargo, no deseo oírlas. Las sé, las conozco. Fue todo por… ¿pereza? No, ese no es el sentimiento. Tal vez… ¿comodidad? ¿O sencillamente tuve otros quehaceres más importantes? Fue una mezcla de las tres y terminó en el abandono de este arte, en el encierro de la inspiración y en el olvido de cómo plasmar mis pensamientos sobre una superficie de dos dimensiones. La explicación menos dura de enfrentar para esta mutilación que llevé a cabo es quizás esta: Era feliz. Desahogaba mis agrios sentimientos con la escritura. No servía para nada más. Y después, fui feliz. Vi, como suelen decir algunos, la “luz” entre las tinieblas. Y ya no necesité escribir nada más porque no quedaba ni un poco de amargura dentro de mí. Y olvidé cómo escribir.
Siquiera sé que hago ahora, por qué la escritura ha vuelto a inducirme cuan a un conejito de Indias. Sigo siendo feliz. No necesito lidiar con nada. Nada puede arrebatarme la felicidad. Y es entonces cuando comprendo que quizás mi burdo e inconsciente intento de matar mi inspiración fracasó. Que tal vez, aún puedo ordenar mis ideas tecleándolas para mi deleite. Que quizás no se trataba de luchar contra la amargura. Tal vez lo hacía porque me gustaba. Y me sigue gustando.
Tan sólo perdí el camino durante un tiempo. Me emborraché de felicidad y troté de manera tortuosa por el camino hasta salirme de él. Me quedé en la cuneta suspirando hasta que los efectos de esa poderosa droga se disiparon un poco. Y comprendí que mi felicidad estaba unida a mi capacidad de creación y que sólo me sentía completa si me veía capaz de crear y de disfrutar a la vez.
Volví a escribir. Porque ese arte, al igual que el andar en bicicleta, nunca se olvida. Quizás se oxide un poco pero jamás cae en el olvido.

28 de junio de 2010

First. Something I wrote time ago...

SUPONGO que debería haberlo previsto. Supongo que era demasiado irrealista pensar que me estarías eternamente agradecida, que me alabarías continuamente, que te atarías a mí tal y como deseo. Supongo que sólo eran sueños de una niña que necesita la compañía de cualquiera, cualquiera que finja quererla con la suficiente convicción. Ahora miro atrás y repaso cada instante con la entristecida mirada de aquel que se cree solo y comprendo que todas mis suposiciones son meras tonterías. Tú te has atado a mí, en realidad, llevas atada a mí mucho más tiempo del que yo creo... Tú me estás tremendamente agradecida y lo demuestras con cada sonrisa, cada mirada, cada gesto y cada palabra que me diriges. Vives en una eterna ensoñación paradisíaca. Y no me alabas, pero haces lo imposible por mantenerme junto a ti.

Ahora comprendo que el problema es mío. Hace tiempo que no tengo a nadie sólo para mí. Todas las personas con las que comparto mi vida no me necesitan. O al menos no de una manera obsesiva y dependiente. El problema soy yo. Entreví en ti la posibilidad de volver a sentirme COMPLETA Y ABSOLUTAMENTE necesaria para alguien. No te negaré que ahora mismo soy una parte de la vida de cierta gente. Pero si me muriese en este instante, ¿llorarían mi pérdida? No, lo lamentarían (espero que profundamente) pero no llegarían a llorar. ¿Por qué? Porque no soy imprescindible. No debería sentir mal por ello. Al fin y al cabo, no hace mucho que soy un elemento en sus vidas. El problema es que una vez disfruté de una amistad ciertamente turbia con la que no necesitaba a nadie más para sentirme completa y lo añoro. No debería, pero lo extraño. Quise que uno de ellos fuese mi amigo. Quise que tú fueses de nuevo, más que una amistad corriente, más que una amiga de la adolescencia. Quise que tú fueses mi amistad obsesiva. Quise apoyarme en ti y llorar. Porque lo necesito. Necesito confiar en cuerpo y alma en alguien. Pero tú no puedes saberlo. No eres adivina, mi pequeña amiga. No.

Por todo esto, cuando veo que mezclas tu vida con la de ellos más que yo misma, la envidia me enerva hasta tal punto que desearía no haberme cruzado jamás contigo. Es un sentimiento egoísta y estúpido, propio de alguien inmaduro y caprichoso, pero lo siento. No obstante, supongo que tú ya te das cuenta de ello, ¿no es cierto? Lo notas, lo sé, cada vez que hablamos de hasta cuándo podemos estar en la calle, cuando hablamos de lo que tú hiciste con ellos el día anterior... ¿O acaso no ves esa sombra de envidia que cubre mis ojos? En esos momentos, la rabia llena cada fibra de mi ser y tengo ganas de gritar. Gritarte que te odio, que me los estás robando, que nadie te ha dado derecho a intervenir en mi vida. Y entonces esa ira se aleja de mí, dejándome temblando y con las manos sangrando por haber apretado tanto mis uñas contra la carne. Comprendo con horror que soy yo quien te ha introducido en esto, en sus vidas y me siento ruin y mezquina, egoísta y despreciable. Pero también descubro que te aprecio y que tu felicidad me hace feliz.

Estoy inmersa en un laberinto donde no veo la salida y si la veo, no soy capaz de reconocerla. Necesito ayuda, ¿sabes? Te aprecio demasiado como para alejarme de ti sin darte ninguna explicación. Te aprecio demasiado como para decirte: “No te acerques más a ellos”. Además, no tengo poder para imponerte eso. Te aprecio demasiado para hacer algo que perjudicase tu felicidad y envenenase esa sonrisa afable que me diriges cada vez que me ves. No obstante, cuando veo que forjas con ellos una amistad que yo siquiera podré codiciar, me siento morir. Quiero que sean solo míos, solo míos... Es patético, obsesivo y enfermizo pero soy así.

Ahora, cuando la parte práctica de mi ser se alza sobre la inestabilidad de mi espíritu, arrastrándome a un estado más que pacífico y racional, veo las cosas desde otro punto. Tú no me los intentas robar. Tú no haces nada malo. Tú simplemente eres feliz. Soy yo. Soy yo, quien, con una actitud envidiosa y obsesiva que he desarrollado con el paso del tiempo, ve en tus actos un trasfondo de maldad. Del mismo modo, soy yo quien ve en ti un apoyo para sobrellevar estos oscuros días. Pero no confío en ti completamente y no dejo que accedas a esa parte de mi ser donde habita el dolor y los rencores, los miedos y los temores. No te lo permito porque pienso que por robármelos, no te lo mereces.

Perdóname, por favor. Sabes que yo siempre digo que hay que pedir perdón por cosas importantes y esta es una de ellas. Perdóname. Por favor, no dejes que este carácter desconfiado y malogrado que se oculta bajo una bonita sonrisa y unos ojos siempre centellantes de alegría, destruya esta amistad que hemos conseguido. Simplemente, sigue siendo feliz con ellos y haciéndome feliz a mí. Olvida que una parte de mi ser alberga estos sentimientos. Yo misma me ocuparé de destruirlos y finalmente, de ver las cosas tal y como en verdad son.

Tan sólo una niña sola que por fin ha encontrado amigos y disfruta, cada segundo de su existencia, de la compañía de quien la hace sentirse querida.