Skinpress Demo Rss

29 de septiembre de 2010

El Mar.

Y DESDE lo alto de aquella cúpula celestial, la tímida lágrima de las nubes descendió con ímpetu para precipitarse hacia los infiernos. Mas no pudo. Aquel cristalino titán de agua se opuso a sus deseos, interponiendo su homogéneo manto entre aquella endeble gota y el abismo de los condenados.
Se fundió con el mar. Abandonó su enclenque carcasa individual para entregarse a una inmensidad sin límite, ni reglas pero renunció a su autonomía, terminando a merced de un espléndido gigante infinito. No pude si no observar el proceso desde el silencio, sin pensar realmente en las transcendentales consecuencias de aquella unión. Al fin y al cabo, ¿qué es el mar sino una cofradía de lágrimas celestiales unidas para nuestra desgracia y jolgorio? Me explico: ¿puede una simple gota cambiar la devastación que provoca el mar? Quizás no, pero influye en ello. ¿Puede una simple gota ser motivo de alegría? Quizás no, pero influye sobre dicha alegría.
La mar embravecida hipnotizaba mi atención. La fuerza que destilaba en su conjunto y las olas rompientes que colisionaban contra la arcaica madera de los botes, creaban un espectáculo de vanidad donde el océano jugaba todas sus cartas.
Los desechos de tal exhibición bañaban mis mejillas. Podía alargar la mano y tocar la algodonosa espuma de la cresta de las olas. Podía dar un paso y enterrar mis píes en aquella acuosa tumba de furia, para verme empapada por el poderío de aquel elemento. Y podía cerrar mis ojos, cediendo la prioridad de disfrute a mis oídos; abrir mis tímpanos más allá del rudo barullo de la tempestad y alcanzar a escuchar una danza invisible entre las centenarias conchas del mar y el agua resbaladiza. Saboreé entonces un regusto salado en la comisura de mis labios y sonreí. El mar podía, sin duda alguna, apreciarse a través de los cinco sentidos.
Como habiendo oído mis pensamientos, el cielo rugió de envidia y el viento aumentó su velocidad. Gotas frías perlaron mis mejillas bajo aquel cielo plomizo. Gotas de lluvia y lágrimas marinas. Levanté la vista y le guiñé un ojo a la nada. Caminé de puntillas, cautamente y con lentitud, avanzando a través de aquel muelle desde el cual admiraba la rebeldía de la mar. Me asomé peligrosamente al borde del océano, lo suficiente como para empapar de agua las puntas de mi cabello y analizar mi reflejo en aquellas revueltas olas. Alcé la mirada una vez más y me reafirmé en mi inmadura decisión.
Esa fue la última vez que el viento salvaje silbó en mis oídos, justo antes de que mi ser se fundiera con aquel cristalino titán de agua y renunciara a mi egoísmo individualista para incorporarse a un “todo”, “a un conjunto”. Para bien y para mal. Para destruir y crear.


--------------------------

Bueno, pues, este es el resultado de forzar a la inspiración. Un texto poco coherente, nada claro, con multitud de líneas que no entiendo ni yo y que están poco explicadas, con un final abrupto y típico. No obstante quisiera cederle estas líneas a B. porque ella me dio el tema base para escribir: "El mar" y se lo agradezco muchísimo.
Una vez más, siento haber malogrado el tema base y haberme desviado tanto de él, puesto que era un asunto al que se le podía sacar MUCHO más partido. Sin embargo, a lo hecho, pecho. ^^

10 de septiembre de 2010

Suerte que soy diestra

LA inspiración, indomable dama, que cuan Ofelia incontrolada corre a ahogar sus encantos en las líneas de otros artistas. Mi tierna musa de rostro desconocido, ¿cuándo pondrás rumbo a mi aura? ¿Cuándo, de entre tantas noches eternas que pasé buscándote, decidirás susurrarme al oído que tu amor aún está conmigo? ¿Tal vez cuando ya la tinta de mis días esté extinguida? ¿O quizás deba ir yo misma en pos de tu estela?

¿Cuál es la mayor forma de dar caza a algo que no tiene forma corpórea? ¿Una sonata que no soy capaz de componer? ¿Un texto previo que anuncie la puesta en escena de la verdadera estrella? ¿Un rayo de luna envuelto en nubes que anuncie el nacimiento de la noche, una noche que atraerá a la inspiración? ¿Un desafortunado accidente emocional cuya cura sea su transcripción? Ante todo, ¿se le puede dar cara a la inspiración? Esperemos que sí porque sino yo me hallo corriendo tras las huellas de un impostor, a la espera desesperada de darle caza.

En estos últimos días, he de admitir, pese a mi vergüenza, que me he despreocupado de escribir. El gesto de sentarme y cerrar mi mente a distracciones improductivas se me hizo pesado. Al fin y al cabo, no hay más que verme. ¡Soy el producto de demasiadas distracciones improductivas arrinconadas en poquísimos metros cúbicos! Y no me senté por falta de ocasiones o de tema, todo sea confesado. No encontré las palabras correctas y, existen ocasiones, en que el escoger las equivocadas puede acarrear indeseables consecuencias.

Maldita sea, multitud de nuevas me envuelven y temo cuanto pueda salir de mi si me inspiro en ellas. Soy una batalla campal andante, me recorren emociones contradictorias. Estoy a merced de sentimientos tan bruscos y aleatorios que siquiera me da tiempo de calificar como “míos”. Me recorre el cariño más sincero y el rencor más visceral. Con cada latido, mi corazón se hincha repleto de ego y con el siguiente, escupe sangre infectada de baja autoestima. Mi mano izquierda quiere disfrutar con el dolor ajeno y mi mano derecha desea apaciguar sentimientos desamparados.

Suerte que soy diestra.

Ardo en una espiral de noticias continuas y miles de pensamientos efímeros que hallan la muerte en el borde de mi conciencia al ser sustituidos por otros. Pero no consigo atrapar la inspiración entre mis dedos. ¿Alguno de vosotros está dispuesto a compartir su secreto conmigo?

20 de agosto de 2010

Teoría de las lenguas Eslavas en general y de la lengua Rusa en concreto.

DURANTE estos últimos meses, mi mente ha sido invadida por el fuerte deseo de conocer y aprender una nueva lengua y cultura. Aquellos que me tengáis que soportar cada día, sabréis de lo que hablo; e incluso es posible que este objetivo mío también haya llegado a oídos de aquellos que no me aguantan rutinariamente. El asunto es que la lengua Rusa me fascina. Y estos pasados 15 días, una serie de circunstancias más bien usuales, han desembocado en un frenesí de ideas incoherentes que, finalmente, han engendrado una de las más absurdas teorías de la lingüística. A pesar de lo descabellado de esta gran conjetura no puedo evitar sentirme orgullosa de ella, quizás porque la he desarrollado yo, quizás porque cada hora que pasa siento que puedo tener razón, quizás porque el asuntillo está relacionado con la lengua rusa y ese simple hecho trastoca un poco mi juicio.

Además, aprovecho también este prólogo para solicitar colaboración. El nombre de la teoría suena maduro y juicioso pero es terriblemente cansado de escribir; por lo que necesito un acrónimo. Si alguna mente imaginativa tuviera alguna idea, que me la comunique. ¡Todo proyecto adquiere formalidad si posee sus propias siglas!

Sin más dilación, os presento mi teoría de las lenguas Eslavas en general y de la lengua Rusa en concreto. Supongo que sobre este mismo tema ya se habrán vertido ríos de tinta y realizado múltiples estudios. Pero a mí todo eso me trae sin cuidado y pienso exponeros esta burda hipótesis sin desarrollar. La teoría consta, por el momento, de 3 apartados. Uno relacionado con la sonoridad de idioma, otro referente al alfabeto de la lengua y un tercer apartado que añado tomándome una pequeña libertad, ya que el capítulo no posee el tono sensato del resto del texto.


Apartado 1. “Acerca de la sonoridad del idioma”
Si cualquiera de vosotros ha tenido la ocasión de oír hablar ruso, no digo “escuchar” porque esa acción implica un mínimo grado de atención que normalmente no prestamos a nuestro alrededor, coincidiréis conmigo en que es una lengua muy fuerte. Su sonido es intenso, enérgico y en ocasiones, puede resultar hasta tosco. De cualquier manera, también coincidiréis conmigo en que Rusia es el país situado más al Este de todo el continente europeo. Según mi teoría, la localización geográfica de la zona y la sonoridad del idioma están directamente relacionadas. Cuanto más al Este se sitúe un idioma, más fuerte sonará. Y según vamos avanzando hacia el Oeste, la sonoridad se va suavizando de forma paulatina. Resultará cómico pero desarrollé esta hipótesis cuando escuché hablar en húngaro. Dicho idioma poseía sonidos intensos parecidos al ruso y sonidos silbantes parecidos al francés. Pensad, por ejemplo, en el portugués, posiblemente el idioma más al oeste de Europa: la palabra “leche” se traduce por “leite”, sustituyendo el sonido fuerte de la “ch” por otro más suave. Por supuesto, esto también es aplicable a los países eslavos aunque en muchísimo más complicado apreciar la diferencia de sonoridad entre Polonia y Rusia.

Apartado 2. “Acerca del alfabeto”
En este apartado recalco de nuevo la relación entre la distribución geográfica de los países y sus alfabetos. El Este está relacionado con el alfabeto cirílico y el Oeste con el latino. La lengua rusa se escribe empleando el alfabeto cirílico. Para aquellos que no estén familiarizados con este alfabeto, les escribo las letras que lo componen:

А Б В Г Д Е Ё Ж З И Й К Л М Н О П Р С Т У Ф Х Ц Ч Ш Щ Ъ Ы Ь Э Ю Я

Los países que lindan con Rusia emplean también el alfabeto cirílico y existen multitud de similitudes. Aunque en algunos casos existen letras/sonidos propios de un idioma. Por ejemplo, la letra Ї es característica de la lengua ucraniana. Si continuamos avanzando hacia el Oeste, nos encontraremos, por ejemplo, con Serbia. La lengua serbia puede escribirse tanto con alfabeto cirílico como con alfabeto latino. ¿Será quizás porque limita con Bulgaria al Este (cirílico) y con Croacia al Oeste (latino)?
Estas son las letras de la lengua serbia, tanto en cirílico como en latino.

А Б В Г Д Ђ Е Ж З И Ј К Л Љ М Н Њ О П Р С Т Ћ У Ф Х Ц Ч Џ Ш

A B V G D Đ E Ž Z I J K G L Lj M N Nj O P R S T Ć U F H C Č Dž Š

Nótese el gran parecido con el cirílico ruso y las letras propias del serbio. Y por supuesto, fíjense también en que el alfabeto latino no es exactamente como el nuestro, sino que existen algunas letras desemejantes.
Por poner un ejemplo más, escojo el eslovaco. Este idioma usa el alfabeto latino. Y aun con todo, tampoco es el mismo alfabeto latino que usamos nosotros.

A Á Ä B C Č D Ď DZ DŽ E É F G H CH I Í J K L Ĺ Ľ M N Ň O Ó Ô P Q R Ŕ S Š T Ť U Ú V W X Y Ý Z Ž

Llegado este punto me gustaría que prestarais atención en los numerosos signos diacríticos que tiene el eslovaco. Signos que, por fuerza mayor, no hacen más que recordarme al francés. Curiosamente, el francés se habla un poco más al Oeste.

¿Absurdo? ¿Casual? ¿Curioso? ¿Tal vez interesante? No lo sé. Simplemente recalco la relación que, tal exista tal vez no, pero que a mis ojos, es palpable: Existe una relación entre la situación geográfica de un idioma y sus características lingüísticas, tanto sonoras como escritas.
Para concluir, no obstante, me tomo la libertad de redactar un tercer apartado, nada parecido a los anteriores para mi sola satisfacción y tranquilidad de mi conciencia.

Apartado 3. “Acerca de mi repentino embelesamiento con la lengua rusa.”
Las lenguas siempre me han apasionado pero un pequeño defecto mío me ha impedido apreciarlas en su totalidad: Me resulta muy complicado escuchar lenguas desconocidas. Es una reacción casi instintiva, automáticamente mis oídos rechazan esos sonidos, me chirrían. Quizás sea una tontería. Pero me ha ocurrido y me sigue ocurriendo. Las únicas lenguas que toleraba eran aquellas 3 que conocía. Y escuchar cualquier otra me costaba un esfuerzo bastante grande.
De cualquier manera, durante este último año acostumbré mis oídos al sonido del japonés ya que, como muchos sabréis, la mayoría de los animes están sólo subtitulados. Sin embargo, lenguas como el alemán o el francés, lenguas que grandes artistas utilizaban en sus composiciones, me resultaban insoportables.
Imaginad pues, cual fue mi sorpresa cuando un día, al escuchar música en ruso, mis oídos no rechinaron sino que, gustosamente, toleraron el sonido de esa desconocida lengua. ¡Qué digo! ¿Tolerar? No, mis oídos reclamaban más. Tras disfrutar de horas de música cantada en dicho idioma, la pregunta lógica acudió a mi mente: ¿Por qué ella sí y otras no? Creo haber dado con la respuesta. Respuesta que, a muchos, os sonará estúpida, tan estúpida como a mi madre le pareció cuando se la conté pero respuesta que, para mí, encierra una verdad que desea alcanzar.
La lengua rusa me fascina porque su tono enérgico e intenso, a veces rudo y tosco, me recuerda de sobremanera al euskera. Así de simple. Puede que vosotros no veáis ningún parecido externo y si me pongo a analizar el sonido de las frases, yo tampoco. Pero inconscientemente, por alguna razón, mi mente asocia el ruso con el euskera. Tal vez porque las partículas “en” “hacia” “para” que en castellano se colocan delante del sustantivo, en euskera y ruso van detrás, añadido a los sustantivos. No lo sé. Quizás sólo sea una paranoia mía. ¡¡Pero os aseguro que esta paranoia también la comparte otra gente!! Ayer mismo, buscando una canción en concreto, hallé un vídeo de un grupo ruso bastante ñoño. ¿Sabéis cuál es el primer comentario que había sobre dicho grupo? “Si no supiera que era ruso, habría jurado que la primera estrofa estaba cantada en euskera”. Aclaro que el comentario no era mío, por si alguno conserva sus dudas. No obstante, apreció con claridad las diferencias entre ambas lenguas y he aprendido a querer los sonidos del ruso hasta el punto de convertir dicho idioma en mi futuro, en mi vida adulta, en mi mundo. Además, también voy tolerando poco a poco todo el resto de idiomas. Sin embargo, siempre defenderé que existe un parecido entre el euskera y el ruso.

Ahora, para concluir definitivamente, sólo recordar que necesito unas siglas con las que renombrar a mi teoría, la teoría de las lenguas eslavas en general y de la lengua rusa en concreto.



P.D: Recordar que esta es una teoría apenas sin desarrollar y que aún debo pulirla en todos sus detalles. Sé que tiene errores y que aporto pocos datos pero necesitaba compartirla. Gracias por haber aguantado esta versión preliminar.

14 de agosto de 2010

Bollos y tortillas.

DIVERSIDAD de gustos y preferencias. Un acontecimiento que todo país o comunidad desearía alcanzar. Al fin y al cabo, ¿dónde quedaría el pluralismo si todos los individuos de un colectivo caminasen en pos de una misma idea? Sin embargo, en esta misma sociedad que aplaude, teóricamente, las desemejanzas, huelo en el aire un perfume hostil cada vez que la variedad irrumpe en escena.

De acuerdo. Esta retahíla no es nada novedosa. Todos nosotros conocemos el tinte hipócrita que pinta los cimientos de nuestra comunidad. Todos hemos experimentado de diversas maneras (he aquí de nuevo a la diversidad) la doble carta de nuestra sociedad psicópata. Pero aún con todo no puedo evitar despreciar esta conducta tan poco digna y me urge rebelarme contra ella en mi manera de lo posible, es decir, garabateando mis quejas y rogando a una divinidad inexistente que mis palabras encierran utilidad alguna para cualquiera.

En mi mente se golpean los recuerdos de mis amigas, conocidas, compañeras de labores e incluso desconocidas deshaciéndose en halagos por el género masculino. Rememoro con realismo sus piropos y comentarios lascivos, gestos que no parecían sorprender a nadie, puesto que eso es lo rutinario, ¿me equivoco?

Más he aquí otros recuerdos encerrados aún con mayor recelo, con temor a su olvido, los instantes en que yo dirigía esos mismos piropos y comentarios lascivos hacia las mujeres. Las bocas abiertas, las miradas de sorpresa e incluso algún par de ojos que claramente decía: “Lo sabía.” Y peor aún, las muecas de desprecio y los comentarios cortantes, las miradas rebosantes de asco y las palabras que destilaban rechazo.
El momento en que la imagen progresista de esta sociedad se rompió en mil pedazos, pisoteada por los propios miembro “tolerantes” de dicha sociedad.
No soy tan ilusa como para esperar una aceptación total pero sí algo de respeto. Yo nunca pondré reparos a vuestras preferencias ya que soy yo la primera que tiene algo para recriminar. No obstante, vosotros tampoco podéis apuntar con el dedo porque todos tenemos algún motivo por el cual ser tachados de “inusuales”.

¿Sabéis cómo las veo a ellas?
Como a seres de luz.
Siempre ha sido así, en verdad.

Recuerdo los primeros cursos de Secundaria, las primeros años de adolescencia; recuerdo a las niñas de hormonas revueltas; recuerdo cómo no podía participar en sus charlas lascivas. Simplemente, no lo sentía. Les veía a ellos entrar y no comprendía el motivo de revuelo. Pero, por otro lado, una parte de mí comenzaba a fijarse en las dos luciérnagas que tenía una por oji8llos, en el dulce ángulo que formaba el brazo de otra con su hombro, en la sonrisa de labios finos de otra más, en la perfección de las curvas de una cuarta. Sentía la belleza latir bajo sus pieles como si de lava ardiente se tratase. Aceleraban mi corazón con sus andares. Y, sobretodo, y aunque parezca imposible, no había rastro de lujuria en mis pensamientos. Es más, ahora que releo todo esto, noto que el índice de pastelosidad es altamente peligroso. No me reconozco en estas líneas sentimentaleras.

Como iba diciendo, era demasiado joven como para entender las reacciones que tenía lugar en mí. Simplemente, las veía a ellas más hermosas que a ellos. No niego y nunca negaré que a veces también encontraba el fantasma de la belleza en ellos. Es más, admito haber suspirado por algunos de ellos. Pero ellas siempre fueron más hermosas. Sus rasgos, su cuerpo, sus gestos, su mente en general y su alma en concreto. Me fascinó.

Con el paso del tiempo aprendí que mi sentimiento tenía un nombre. Que más gente sentía lo que yo. Fue agradable tener una forma de llamar a todo aquello. Facilitaba su expresión a los demás.

Los demás…

También comencé a exteriorizar mis emociones con aquellos en quienes confiaba. También confieso que esta conducta me ha ocasionado más de un problema y ninguna ventaja. Es complicado que, en una sociedad de personalidad múltiple, ser diferente te aporte alguna dicha.

La cosa siguió cambiando en el tiempo y finalmente, llegué a la conclusión de que no era justo. Debía callarme, guardarme sentimientos y comentarios, asentir ante mentiras y aplaudir halagos que yo no habría pronunciado. Meramente, me negué, de nuevo, a seguirles la corriente.

Ahora participo en las conversaciones de ellos cuando hablar de ellas y en las de ellas cuando hablan de ellos. Digo cuanto he de decir. Y realmente me va bien. Es muy divertido comprobar que un chico tiene la misma opinión que tú sobre otra chica. Realmente gracioso, si se me permite. En otras ocasiones, peco de superficial. Caigo y recaigo en el vicio de fijarme en una parte de la carcasa en vez de admirar, como antaño, la belleza conjunta del caparazón o la elegancia de todas las partes por separado. A veces me asombro de mi vocabulario y mentalidad. Bastos y burdos, casi vergonzosos. Realmente no opino exactamente así. Siguen siendo seres de luz para mí aunque mis palabras transmitan lo contrario. No obstante, será otra ocasión cuando hable de por qué sigo prendándome de recipientes y empleando expresiones malsonante y palabras toscas. Será otra ocasión cuando hable de atracción e inconsciencia, de descontrol y embelesamiento.

En este momento apremió a quien quiere escuchar para que la hipocresía comience su descenso al infierno, para que al menos no haya más frases de desprecio, para que la sorpresa sea menos usual, para que esto se transforme en algo más rutinario.

Algo típico, ¿no?
Un texto del montón, ¿correcto?
Otro más sobre el tema, ¿verdad?
No he dicho nada nuevo, ¿me equivoco?

Bueno, pero este es el primero que escribo yo sobre el tema. Y si yo no escribo ace4rca de algo que me atañe tan de cerca, no merezco dedos para escribir. Siento que vosotros sufráis las consecuencias de mi testarudez.

Sólo sé que como bollos y zampo tortillas.
Sólo sé que tomo carne y pescado.
Y no tengo reparos en pedir ambos platos.

9 de agosto de 2010

Escribir siendo escritora

AHORA lo comprendo. Me ha costado tiempo y algún que otro disgusto, pero el asunto tiene ahora la transparencia de una lágrima de cristal. Lo he negado. He dado argumentos fuertes a mi negación. Me lo he creído. Y finalmente la realidad ha sido más rápida que la mentira. Se acabó el suave abrazo del engaño, el efecto tranquilizador de esa droga llamada “ignorancia”. Llegaron a su fin los bailes de máscaras y los teatros con caretas.

He me aquí. Respirando resignación y emanando indiferencia. Con los ojos vacíos pues lágrima alguna quiere purgar mis cuencas. Suspirando con apatía. Siendo una víctima. Víctima de mi propia deshonradse. No obstante, terminemos con esta gratuita muestra de victimismo y encaremos la verdad una vez más. Aunque duela.

Sólo escribo de verdad cuando sufro.

Cuando las cosas van mal.
Cuando se me cae el mundo encima.
Sólo entonces empuño un bolígrafo como único escudo.

Sólo inhalo mi musa si dicho aire está cargado de malestar. Quizás sufra una patológica incapacidad para trasmitir una brizna de alegría. Es posible. Necesitaría una segunda opinión y no conozco especialista alguno en el diagnóstico de dolencias de índole literaria. Tal vez debería agenciarme uno…

No digo que no sea capaz de escribir si padezco de bienestar. ¡No! He escrito trabajos escolares, he escrito algún relato perdido ya entre los archivos de mi ordenador… He escrito cosas. Pero escribir, lo que se dice escribir con arte y decencia, escribir tejiendo palabras, escribir escribiendo melodías, escribir atrapando miradas, escribir cazando suspiros, escribir siendo escritora; hace mucho que no escribo de tal manera.

Ya lo confesé en otro manuscrito: abandoné la escritura. Y ahora cuando de verdad quiero retomarla, no escribiendo mis banales pensamientos sobre un cuaderno escolar sino escribiendo verdaderos relatos, como los de mi antaño, ahora me resuenan en la cabeza todas esas voces que me dijeron: “Nunca dejes de escribir”. Como una lluvia de clavos sobre mi mortecina piel, como una cuchillada impía, como un disparo certero.

La felicidad me condujo a un abandono, la amargura a una adopción. Aquí me hallo otra vez. Sigo preguntándome por qué sólo soy consciente de estas cosas cuando todo deja de ser de color de rosa. Ahora sólo sé que tras un año sin escribir nada, quiero volver a crear historias, a imaginar vidas y a adornarlas con un barroco exceso de adjetivos. Ahora sólo sé que quiero escribir porque creo que esto se vuelve a ir a pique. Sólo sé que soy una de esas personas que viven la misma situación una y otra vez. Sólo sé que el círculo comenzó de nuevo.

Espero haberme expresado correctamente. Espero que lo hayáis entendido.

¿Por qué coño será la angustia la mejor motivación para mi atrofiada imaginación?

4 de agosto de 2010

Todo y nada

PUES, ¿sabéis qué?
Yo no tengo MI canción.
Tampoco tengo MI libro.
Tampoco tengo MI color.
Tampoco tengo MI rincón.
Tampoco tengo MI momento.
Tampoco tengo MI amigo/a.
No tengo nada. Y a la vez tengo demasiado.

Mi vida no tiene una pista de 3 minutos que la describa. No existen acordes que cuenten con suma ternura mis vivencias al completo. Hay miles de canciones que pinten una sonrisa en mi amargo rostro, pero ninguna se antepone al resto. Puedo mirarme en un espejo y leer en su reflejo distintas frases; pero cada una pertenece a una canción diferente, no se ponen de acuerdo para juntarse en una sola. Multitud de voces me ponen la piel de gallina, pero ninguna me susurra suspirante esos “lyrics” al oído. Las bases musicales despiertan mi personalidad activa, me hacen bailar hasta conseguir un buen dolor de pies. Sin embargo, en todas termino abandonando la danza yo misma antes de que la propia música concluya. Me transformo en otras personas mientras la música fluye a través de mi sangre. Soy capaz de sonreír con descaro, de reír hasta rozar el ahogamiento, de entristecerme hasta encogerme en un ovillo; no obstante, cuando la última nota pierde su fuerza en el silencioso espacio vacío, mi ficción se esfuma con ella. Unidas de la mano, se transforman en brumosas sombras, dejándome con un leve eco para mi triste consolación. De nuevo, sólo me queda recurrir al efecto aturdidor de la misma melodía y adoptar otra vez esa personalidad de juguete mientras dure dicha nana.
Cada canción, una vida. Pero ninguna encaja con la mía. Acordarse

He leído muchos libros. Menos de los que me gustaría. La mayoría de ellos en un tiempo ya lejano. Me he enamorado de personajes, de lugares, de adjetivos y de expresiones. Pero no puedo elegir ninguno. Tal vez se trate de que no me acuerdo de sus títulos. ¿Recordáis? “Mi corazón tiene mejor memoria que mi mente”. Recuerdo las lágrimas, los gritos sofocados con la mano, los chillos de rabia dirigidos a un objeto inanimado que no iba, ni a responderme, ni a alterar el curso del argumento para aliviar mis alterados ánimos. Sin embargo, ¿por qué mi mente dejó marchar recuerdos tan emotivos como éstos últimos? Quizás leí estas novelas hace demasiado tiempo y un cúmulo de información posterior las ha sepultado. Debería leer más. Llorar más leyendo. Hace mucho tiempo que i madre dejó de quejarse de mis incontables gastos en librerías. No sé si eso es una buena o mala señal. He abandonado el hábito de lectura, mi escritura se ha visto afectada por ello, no tengo MI libro y no recuerdo cuándo y qué libro me hizo llorar por última vez.

Verde. El color de la esperanza. La pintura que cogía de la caja en la guardería. El color de mis bosques. Pero la respuesta que evitaba mencionar al hablar de mi color favorito. Pensar en el verde me hace imaginarme frente a una rubia niña de melena corta y lisa. Una niña me mira en silencio con amplios ojos azules y se plancha su vestido azul con tiernas manos regordetas. Dos mofletes rosas marcan su rostro, rostro que inclina para mirar sus zapatos de charol antes de comenzar a balancearlos. Pensar en verde me hace pensar en mí misma hace muchos años. Se supone que TU color debe evocarte tu imagen, tal y como eres ahora. Mirarte a un tonel lleno de pintura de tal color e imaginar que el reflejo que se ve en esa sustancia es tu propio ser; a eso me refiero. Me resulta imposible crear una imagen semejante. Tuve mi propio color y en algún punto de la travesía, lo cambié por otro y otro y otro y otro más hasta acabar sin color. Sabiendo que ninguno me hacía sentir como un rotulador verde pero sin agallas para volver a afilar mi pintura verdusca.

No tengo lugar. O estoy fuera de lugar. Ambas. He amado poco lugares en mi vida y ninguno se ha convertido en mi rincón. Tal vez el regresar a esa antigua casa de fachadas verdes y reja blanca me hiciera comprender algunas cosas. Vaga esperanza de niña descerebrada. Aunque consiguiera volver, aunque consiguiera entrar, aunque me sentara en el centro del salón y cerrara los ojos a la espera de que los recuerdos fluyeran con mayor realismo, no serviría de nada. Mis muebles no estarían ahí, unos cuadros adornarían pareces que en otro tiempo estuvieron desnudas, el jardín no menaría el olor que yo creo recordar, los sonidos de la calle no serían los mismos. La casa con la que sueño murió en el instante en que la vendimos. Y regresar allí posiblemente me haría más daño que no volver jamás. Toda mi ensoñación terminaría con un aterrizaje forzoso en la vida real. Sería consciente y sin posibilidad de excusa, de que todo terminó. De que mi vida allí terminó. Pero esta habitación mía es tan impersonal, tan poco “mía”. El ambiente, la distribución… No siento nada cuando entro en ella. Absolutamente nada y quizás, mientras siga creyendo que mi sitio está en otra parte, seguiré sin sentir nada. ¿Será hora de aceptar que todo aquello nunca volverá? No. No es hora. En estos 9 años no ha sido hora y dudo mucho que alguna vez lo sea. Pertenezco a ese lugar de manera mucho más honda que a este por la básica y sencilla tazón de que allí conocí la felicidad. Recompraré esa casa. No sé si lo conseguiré, pero lo intentaré con todas mis fuerzas. Debo descubrir si allí tampoco siento nada o si ese fue, ha sido y será por siempre jamás MI rincón. Sólo hay una manera de averiguarlo.

¿Es MI momento el instante más feliz que viví? ¿Es MI momento el instante más triste que viví? ¿Es MI momento el instante en que me sentí el centro de la realidad? Todos son mi momento. Pese a ello, si debiera aferrarme a uno y arrojar al resto a un agujero de olvido, no podría elegir. Me daría lo mismo perderlos a todos ya que sería incapaz de salvar UNO, UNO SOLO, SÓLO UNO. ¿Si pudiera vivir de nuevo sólo un momento? Serían demasiadas experiencias, personas, frases, errores, sensaciones que infravalorar para quedarme sólo con uno. Además, yo lo olvido todo. Nada sobrevive a una mente sin retención. Lo pierdo todo. Poco a poco, apenas sin darme cuenta. Hasta que llega el instante de recordar y veo que sólo existen lagunas en mis memorias. Vivo MI momento cuando ocurre, sé que es MÍO cuando estoy sumergida en él. Al terminar, deja de ser MI momento. Simplemente, llega y se esfuma. En la mayoría de ocasiones, demasiado rápido para mi gusto. Pero si fuera más lento ya no sería del todo MI momento. Lo poco que recuerdo lo atesoro como su fuera la joya más preciada de mi colección, al fin y al cabo, son la prueba de que yo estuve aquí, de que existí. No poseo MI momento, los poseo a todos.

Respecto al contacto humano, he de decir que siempre fui una persona sociable. Nunca tuve grandes dificultades para acercarme al resto trabar amistades. Siempre me gustó la compañía de la gente. El conocer personas nuevas y diferentes se me antojó harto interesante. Llegar a comprenderlos en su totalidad y que ellos me comprendieran a mí. Entender el por qué de sus gestos, mirarlos y conocer su pensamiento más recóndito, saber cuáles eran sus defectos y de qué manera les perjudicaban. El género humano siempre ha sido demasiado interesante como para no fijarse en él. Gran parte de los humanoides que me rodean opinan que el género humano apesta, que la sociedad está echada a perder y que no merece la pena mezclarse con esa podredumbre. Discrepo sutilmente con sus ideales. Que el ser humano está perdiéndose a sí mismo no quita que la manera en que ha llegado a ese estado no sea fascinante. ¿Por qué las personas han “evolucionado”, más bien, involucionado, a algo tan vacío? ¿Qué ha empujado a esta sociedad hasta este punto? Pero, lo más importante, ¿cómo encontrar quién nos entienda si no nos aventuramos a mezclarnos entre los desconocidos? Entre la oscuridad se halla la luz, dicen. Sin embargo, por más que me mezclo, por más que conozco, por más que me sumerjo en mi hondo océano, no hallo lo que busco. Me cruzo con personas, hablo con ellas, las aprecio, trato de amarlas, de comprenderlas con total transparencia y sólo consigo ver que ellos yo tienen a otra persona. Ya tiene a SU amigo. No niego que me quieran o que yo ocupe un lugar en sus emociones, sólo digo que hay alguien más. Les aprecio a todos y cada uno de ellos pero no puedo evitar codiciar ese tipo de amistad posesiva y obsesiva donde parece que sólo una persona es necesaria. Quiero saber que se siente al ser TAN imprescindible, al saber que eres la pieza más querida de la vida de alguien, alguien por quien sientes lo mismo. No hablo de amor, hablo de amistad. Hablo de MI amigo. En estos 15 años, he representado muchas cosas para muchas personas pero nunca algo semejante. Me pregunto si alguna vez lo conseguiré. Si, en alguna ocasión, cuando yo entre en escena, no habrá ya alguien ahí.

Lo dicho: no tengo nada.

No tengo MI canción.
Pero oigo muchas que me hacen rememorar recuerdos dormidos.
No tengo MI libro.
Pero tengo muchos me gustaría releer.
No tengo MI color.
Pero lo tuve una vez.
No tengo MI rincón.
Pero sueño con encontrarlo, con saber si el elegido es el correcto.
No tengo MI momento.
Los viví todos como si fueran mi predilecto.
No tengo MI amigo/a.
Pero mucha gente representa en mí una parte de ese amigo único.

No tengo nada. Pero a la vez poseo demasiado.
¿Bastará?

30 de julio de 2010

Recuerdos, velatorios y alguna emoción indescriptible.

EN las noches en que la vigilia me mantiene en vela me cuestiono una incógnita: “Si yo muriera, ¿quién lloraría? Sé que es una pregunta extraña y que cavilar acerca de mi propia muerte no es el mejor método de relajarse antes de dormir, pero me intriga esta cuestión.

¿Quién lloraría en caso de hundirme yo en las profundidades del mundo de Hades?

Antes de todo, antes de exponer mi reflexión y dejarme llevar por mis delirantes pensamientos, aclararé un punto:
1. Nunca he perdido a nadie. Perdido en el sentido de morir, por supuesto. Ni un pariente, ni un amigo, ni una mascota. Nada. Nunca he llorado la muerte de alguien. Por eso mismo, no sé que se siente cuando se respira el perfume de la muerte en el aire. Siento recaer en un tópico pero es así, desconozco cómo late un corazón tras sufrir una pérdida. De modo que, todo cuanto expreso sobre el papel no son más que conjeturas y teorías acerca del dolor de la pérdida y sus consecuencias. Rezaré a un Dios inexistente para que mis ideas no aniden lejos de la realidad y, sobretodo, para que no hieran los sentimientos de quienes no comparte mi ignorancia.

Ahora, una vez dicho todo, que de por comenzada la función.

Imaginemos la escena. Un funeral. El mío. Que vuestra mente esboce los detalles del escenario ya que yo nunca he asistido a ningún velatorio y desconozco que es lo habitual. Imaginemos los personajes. Mis amigos, conocidos, compañeros y algún que otro desconocido, tal vez incluso alguien hacia quien no sentía simpatía. Y ahora, lo más importante, ¿cuántos y quiénes lloran? ¿Lloran muchos o lloran pocos? ¿Lloran mis más allegados o los conocidos? ¿Se trata de un llanto quebrado o interminable?

Hay quien califica el llanto como la máxima expresión del dolor. He de asumir, pues, ¿qué quienes más lloran, más me querían? Según el número de personas que sucumban al llanto, ¿averiguaré lo hondo que calé en todos ellos? ¿Puede el ser humano ocultar el afecto hasta el momento de la muerte, donde se ahoga en un mar de lágrimas y revela su cariño, traicionándose a sí mismo? Si confío en esta línea de pensamiento, ¿descubriré quién realmente sentía cariño hacia mi persona? ¿Estamos, pues, destinados a conocer este secreto una vez muertos, es decir, a no conocerlo jamás?

No a todo lo anterior. Excepto a la última cuestión.

Jamás sabremos el cariño que nos profesaban nuestros semejantes. El ser humano es el perfecto mentiroso y el maestro ocultador. Es capaz de camuflar el amor e incluso hacerlo parecer odio o rechazo. Es capaz de fingir el amor y de confundir y manipular los sentimientos afectivos del resto. Por lo tanto, el mayor secreto no es la fórmula de la Coca-cola ni el año en que llegará el Apocalipsis sino quien te quiere y de qué manera.

Y jamás conoceremos la respuesta, siquiera después de muertos.

Algún crédulo confiará de buena fe en que: “Quién te quiere, te lo dice y te lo demuestra”. Pero hay emociones que se hallan por encima de toda palabra, y esta es una de ellas. ¿O acaso hay palabras concretas para expresar lo que sentimos hacia cada persona? Las emociones son únicas, irrepetibles. Por parecido que sea un sentimiento, nunca compartiremos lo mismo con dos personas. ¿Vamos entonces ha emplear las mimas palabras para describir lo que sentimos por ambos? Los vocablos son torpes, generales y superficiales. Siquiera el lenguaje corporal es suficiente en ocasiones. No existe lenguaje para expresar las emociones correctamente y, por ello, jamás entenderemos lo que sienten los demás hacia nosotros. Tampoco sirven las lágrimas. No son más que otro pobre recurso para expresar algo que carece de modo de expresión.

No puedo hablar desde la propia experiencia pero he oído decir que lo primero que se siente ante la noticia de una muerte es una estática paralización. Durante ese tiempo estático, la mente, el cuerpo y el alma buscan el recurso más indicado para transmitir de manera fiel las sensaciones. El resultado varía en cada persona. No siempre es llorar. Hay personas que nunca lloran, personas que aunque fueran a partirse en dos del dolor, no derraman una sola gota. Personas a las cuales les han enseñado que llorar es propio de cobardes o personas que ya han derramado todas sus lágrimas. Y no por abstenerse del llanto, su dolor es menos real.

Según mi humilde opinión, el verdadero dolor no se experimenta inmediatamente. Tampoco al despedir al cuerpo del difunto. Opino desde el desconocimiento que la pérdida se empieza a sentir cuando uno regresa a la rutina. Es entonces, en cada detalle, en las cosas cotidianas, donde cuada cual se había acostumbrado a tener a esa persona junto a sí. En ese momento la pérdida se hace pesada y se comprende hasta dónde alcanzan los daños. Se trata de aprender a vivir la rutina de nuevo, de guardar la antigua en el ataúd de los recuerdos.

El apreciado difunto pasa de nuestra realidad a nuestra memoria. Y permanece allí, intacto, sin envejecer ni un solo segundo, idealizado sobre un pedestal de afecto. Un ser transformado en ilusión capaz de transmitir fuerza, valor, motivación. Un ser transformado en recuerdo, en memoria que honrar.

Llegado este punto tan sólo puedo decir que no necesito una respuesta a mi pregunta. No quiero saber cuantos llorarán mi pérdida. Tal vez no me guste la respuesta. Tal vez mi funeral esté vacío o muera en una cuneta alejada del mundo civilizado. O tal vez mi funeral esté lleno de plañideras desconocidas, de gente que asiste al velatorio por obligación.

No lo sé. No quiero saberlo.

Honestamente, ya no me importa quien me llore, sino quien me recuerde. Esos sí quiero que sean muchos. Quiero afectar a la rutina de mucha gente. Quiero ser imprescindible en algunos momentos, quiero que se me eche de menos.

Quiero ser transformada en recuerdo.

Día 1

HA pasado un día desde entonces. Han transcurrido 24 horas desde que mi propia plaga de pirañas me despojara de mi corazón, mi alma, mi sonrisa, mi sentido del humor, mi concentración, mi euforia. El dolor me tomó sin permiso, me torturó de todas las maneras que conocía cuan alma condenada en las llamas de un infierno terrenal y luego, una vez se hubo divertido suficiente, tiró mis restos en una cuneta. Ahora sólo tengo miedo de que regrese. Miedo de hundirme, de perder las ganas otra vez, de siquiera sonreír cuando los demás se vuelcan para animarme.

Yo estoy bien. Creo. Al menos en parte. De todas formas, soy demasiado cobarde como para enfrentarme a todos como si nada ocurriera. Pero estoy bien. Al fin y al cabo, el problema es mío. Por confiar, por tomar cariño, por “elegir malas amistades” como tú dijiste. Si fuera inteligente no te habría tomado estima, ni me habría acercado a ti ni a nadie, me habría mantenido en mi burbuja. Un lugar donde, por cierto, se vive muy bien siempre y cuando el resto del mundo no se entrometa. Si fuera práctica, no le daría tanta importancia a esto. Habría continuado con mi viaje, caminando con la misma fuerza y decisión que antes. Sin preocuparme de nada excepto yo misma. Sé que dentro de poco tiempo ya no compartiremos camino. Y tú me has aportado más dolor que alivio.
Una vez te confesé que yo pensaba pasar por esta broma de mal gusto que es la vida disfrutando al máximo, sufriéndome al mínimo. No me arrepiento de tal confesión, ya que quien avisa, no es traidor.

No voy a ignorarte, ni a odiarte, y mucho menos olvidarte. No tengo claro qué hacer, necesito algo de tiempo. Charlar conmigo misma y con mi almohada. Recordar todos esos momentos que hieren como un ácido. Analizarlos, estudiarlos. Lo sé, es algo frío e insensible ponerse a racionalizar vivencias cuando las emociones recorren una pista de trapecismo pero yo soy así. Fría de normal. Congelada cuando los ánimos se derriten.

Te prometo que descubriré cuanto de verdad había en nuestras conversaciones, en nuestras miradas, en nuestra amistad. Te juro que averiguaré hasta qué punto me soportabas por cordialidad y en qué rincón de tu espíritu empezaba la parte de ti que deseaba mi compañía.

Patético. Patético. Patético.

Pero o analizo hechos irrefutables y alcanzo, mediante este estudio, un estado de serenidad que ahora me resulta insoñable o me golpeo contra la pared hasta perder el sentido. De ambas formas, llegaré a un pseudo-nirvana que me ayudará a sobrellevar todo esto.

Día 2, allá voy. No tengo más palabras para recibirte. Tan sólo te suplico que me des una tregua. Basta de estrés. Sólo quiero tranquilidad para pensar en esto. Para reconstruir mi ánimo y mi muralla piedra a piedra. Para volver a ser fría.

29 de julio de 2010

María.

MARÍA, eres un encanto.
María, no cambies nunca.
María, te he cogido más cariño a ti en dos mese que a muchos en varios años.
María, te aseguro que dentro de 10 años no te habré olvidado.

¿Qué clase de respuesta esperas ante esto? ¿Qué clase de sentimiento transmiten estas palabras? ¿Qué clase de reacción anhelas por mi parte? ¿Se trata de un coqueteo? ¿Estás intentando seducirme? ¿Quieres que caiga en tus brazos? No, claro que no. Nunca te interesé en ese sentido. Nunca viste más allá de la niña que represento. Siempre se trató de amistad. ¿Atracción sexual? Tal vez. Prefiero no saberlo, honestamente. Tan sólo fueron frases hechas. Fórmulas predeterminadas para expresar el cariño de hermana que sentías por mí. ¿Sabes dónde y cuado veía que yo era realmente importante para ti? Cuando me mirabas. Tan sólo un segundo y nuestra confianza se volvía corpórea, el cariño sustituía al oxígeno y me sentía a salvo. Tú me querías.
Por mi parte, fue similar. En un primer instante, me fascinaste y te subí a un pedestal de encaprichamiento. Te idealicé yo sola y yo sola bebí los vientos por una persona que no existía. La figura idílica de la que me ¿encapriché? era poco más que una ilusión. Eras la personificación de mis anhelos. Todo cuanto asociaba con mi pareja ideal, estaba en ti. Mucho duró la ensoñación. Y confieso que a veces me gustaría regresar a ese estado. Cada palabra cruzada contigo era como vivir mil vidas y tener ansias de más. Los sentimientos se vivían de forma extasiante y caminaba entre las nubes. Al cabo del tiempo, eso dejó de bastar. Quería más, mucho más. Quería lo que todos quieren. ¿Qué típico, no? Me siento extraña, diferente al sentir y escribir estas cosas cuando no tienen nada de especial Este torbellino de sentimientos que he atravesado lo recorre mucha gente, incluso con una intensidad superior a la mía.

No obstante, no obtuve nada más.

Y terminé de superar la frustración que eso produce para, por fin, alterar mis sentimientos y conducirlos a lo que a día de hoy son.
No estoy enamorada de ti. Siquiera encaprichada.
Para nada. Al contrario de lo que vosotros pensáis.
Pero eres uno de los naipes que sujetan mi castillo.
He bebido de tus palabras, he probado tu cariño, he disfrutado de tus atenciones, he escuchado tu filosofía, he sentido lo que yo representaba en tu mundo.

Cuéntame, ¿dónde iba el veneno?

¿En los abrazos?
¿En las sonrisas?
¿En los comentarios?

Que más da, el problema es que ya no sé vivir sin ello. Me preocupo, me estreso. Mi droga. En eso te has convertido. Has jugado con mis sentimientos, me has embaucado, te has metido en mi corazón. Si no te veo, un vacío me come las entrañas, me inyecta inquietud en las venas; mi corazón grita que le falta algo y mi alma se encoje porque le falta quien la abrace.

Repito, no estoy enamorada de ti.

Si releo mi propia creación, yo misma experimento lo que transmito y quiero enfatizar lo único que ahora mismo tengo claro: No te quiero de ESA manera.
Nuestra relación es extraña, única, da pie a confusiones. Pero ninguna amistad es igual a las demás. ¿Me equivoco?

¿Qué ocurre cuando, en vez de faltar, estás y me haces daño? Soy lo que soy ahora. Siento lo que siento ahora. ¿Cómo expresarlo? ¿Cómo contarlo? El aire duele y cuan cuchilla rasga mis pulmones. Siento dolor. Tras mi esternón. En el centro del pecho. Dicho dolor me arquea la espalda y me produce escalofríos. Siento la piel fría y no soy capaz de fingir estar bien. Quiero gritar, golpearlo todo, romperme las manos contra un pared y perder el conocimiento de un golpe. Sin embargo, no puedo pronunciar palabra. Sólo quiero sentarme en el suelo, abrazar las rodillas con los brazos y perder en mi propio dolor. Cuando salga de él será más fuerte y más insensible. Eso es lo que busco.
Había oído que a veces el dolor es tal que te provoca una sensación parecida a las arcadas. Las estoy sintiendo mientras escribo. Lo único que quisiera sería vomitar mis sentimientos y quedarme con la carcasa vacía que simboliza mi cuerpo. Expulsar de mí toda capacidad de sentir, ser una autómata. Eso me encantaría. No haberte conocido jamás. Eso también. Habría construido mi vida de otra manera. No puedes echar de menos algo que jamás has conocido. Pero no, es más entretenido que suframos. Por cosas como el sufrimiento creo en que quizás existe algo por encima de nosotros. ¿Qué sentido tiene el sufrimiento sino el de entretener a un ser superior?

Me has dañado. No sé por qué o si has sido consciente de ello. Quizás todo esto no sea más que una paranoia mía. Otro de mis delirios ocasionados por una falta grave de autoestima. No se trata de odio, no se trata de decepción. Es simple dolor. Pensar en ti y morir de angustia antes de apartar mi mente de tu recuerdo. No sé que me aterra más. Si perder la relación que tenemos (¿teníamos?) o que te enteres de todo lo que pasa por mi mente. Ignoro que será de mí si pierdo todo lo que tú me aportas. Sin embargo, ahora que lo único que quiero es que desaparezcas d mi vista. Vuelve a irte y dame tiempo para enfrentarme a mis demonios. Vuelve a irte y al regresar, sé de nuevo la persona en quien tanto confío.

María no es un encanto.
María cambiará. Ahora mismo lo está haciendo. Continúa con la construcción de un corazón de hierro que sustituya al suyo y sigue experimentando con ratas para averiguar como lisiar sus emociones de una vez por todas.
A María le perderás el cariño más rápido que a quienes conoces desde hace muchos años.
A María dejarás de quererla rápido porque sabes que ella no merece la pena.
A María te aseguro que dentro de 5 años, la habrás olvidado.
Y ahí está otra vez, ese pulgón mal nacido y carcomoso que se alimenta de sus órganos, causándome una pequeña agonía en el espíritu. Sólo quisiera clavarle un cuchillo y arrancármelo salvajemente. Dejar de sentir. Pero hasta para eso soy demasiado cobarde.

Sufrir por amistad, no por enamoramiento. Genial.

22 de julio de 2010

Mi problema. Mi inconveniente. Mi carcoma mental.

TENGO un problema. Así de simple. Bueno, tal vez no sea un problema. No lo sé, tengo mis dudas y esas dudas están haciendo que se tambalee mi firme propósito de escribir tan sólo reflexiones bien meditadas con anterioridad. Además, ayer dormí poco y eso no aumenta mi pericia creativa, precisamente.
Leí en alguna parte que escribir más de 3 horas diarias desembocaba en un considerable aumento de la calidad de lo creado. No lo cumplo ni por asomo y me escudo en esa burda excusa para avisar que las siguientes líneas no son más que vómito de gato callejero mal alimentado.

Como decía, hoy no estoy de humor, hoy aparco mi jerga delicada y pedante que uso sólo al escribir y opto por un registro más coloquial aunque no tan malsonante como el que uso habitualmente. Creedme, en realidad, hablo peor que un camionero saturado de alcohol. No es agradable. No os gustaría.

Mi problema. Mi inconveniente. Mi carcoma mental.

Como bien he dejado claro en otras ocasiones, siempre me ha importado muy poco lo que pensaran los demás acerca de mí. Sólo importaba si yo me sentía cómoda. Todo lo demás era secundario. Hoy, o quizás antes, pero hoy de manera más impactante, he sido consciente de que también me importa lo que piensan las personas que aprecio. No en el sentido de querer cambiar mi personalidad para agradarles sino en el sentido de desear que ellos me conozcan bien, que sepan quien soy y no se crean el prototipo de persona que los demás se empeñan en afirmar que soy.

¿Es una tontería, no? Se supone que para que alguien te importe, previamente se debe haber recorrido un camino con el fin de trabar confianza mutua; camino en el que, teóricamente, te han conocido de verdad. “Se supone”. Es lo que se espera. Pero de la teoría a la práctica hay un universo y no es posible recorrerlo a la velocidad de la luz.

Un comentario hace un par de días me hizo replantearme esta cuestión: “¿Realmente saben cómo soy?” “¿O tienen una idea equivocada de mí?” Y lo más turbador: Si tienen una idea errónea, ¿la confusión la he causado yo o no? ¿Es culpa mía? ¿Me he mostrado como en verdad no soy? ¿Doy a entender algo que en realidad, no soy? No me da vergüenza admitir que a veces sí soy más actriz que persona, que actúo más que vivo. Sin embargo, de cara a aquellos a quienes quiero, con quienes paso mi tiempo, soy bastante franca. O lo intento. Es mi intención, lo prometo.

Entonces, si siquiera ellos aciertan a conocerme, ¿quién queda? Algo debe estar fallando si quien deseo que me entienda, no me comprende. Algo muy importante falla. ¿De verdad creéis que soy tan superficial, infantil y victimista? Algo falla. Y comienzo a sospecha que si ellos creen eso, será porque eso transmito. Y si transmito eso a quienes aprecio, no me quiero imaginar que transmito ante los desconocidos… ¿Acaso queda alguien que realmente me conozca? Creo que no. Siquiera yo misma. Si quieres que los demás se crean una mentira, has de creértela tú primero. No puedo confiar ni en mí.

Ni en mí.
Ni en ellos.


Es en este punto de la narración, cuando el bolígrafo me tiembla y la conclusión llega antes que las palabras precisas para expresarla. Sin ellos y sin mí, no queda nadie, nadie que realmente me conozca. Mi ser, mi carácter, mi verdadero sentir y pensar se pierden en el oscuro vacío porque nadie lo ha conocido nunca. Un secreto llevado a la tumba sin ser revelado. Y cuando la verdad se apaga, sólo sobrevive la mentira. Y la mentira se transforma en la verdad, en lo único que permanece y tiene carácter duradero.

Superficial, infantil y patéticamente victimista, la única verdad que queda.

He ahí mi problema. ¿Ahogué a mi verdadero ser en un mar de mentiras y máscaras? ¿Soy ahora poco más que una máscara? ¿Una actriz que se creyó su personaje e intercambió su alma por la de un ser ficticio, producto de mi propia imaginación? No sé que es peor, si haber perdido lo que soy para siempre o que todo cuanto en realidad siento siga ahí, en mis entrañas, pero que sea incapaz de sacarlo, expresarlo y darlo a conocer para que mis allegados disfruten de ello.

No lo sé. Al fin y al cabo, ¿cómo sabes que hay otra verdad si vives la mentira como si fuera la única e indiscutible realidad?

Tengo un problema.
No sé cómo solventarlo.
¿Quedará algo por salvar en mí?

21 de julio de 2010

Porque es más fácil bajar que subir

LA INSPIRACIÓN para cada uno de mis textos suele nacer de un pensamiento casual e inocente que se enreda hasta convertirse en una enmarañada bovina de hilos mentales. Todo comienza con un comentario destinado a mí misma o una frase que prefiero callarme para no meter la pata; luego, todo se transforma en un pensamiento bullicioso que hierve con agresividad, acumulando ira, una ira sin riesgo de explosión ya que yo nunca exploto… Pero ira sin lugar a dudas. Finalmente, este pensamiento se vuelve algo más que molesto y mi capacidad creativa, esa que enlaza el sentimiento con las palabras y encuentra vocablos melodiosos que agregar al texto simplemente con el fin de que este suene mejor, esa capacidad mía, da la voz de alarma y mis ojos buscan, casi de manera inconsciente, el lugar donde abandoné el cuaderno la noche anterior mientras mis dedos capturan el boli entre ellos y detienen la música que estaba escuchando.
Y es así como, de madrugada, cuando todos creen que duermo, acabo postrada en la silla que no utilizo durante el curso, para escribir textos sin calidad ni coherencia, ignorando la, cada vez más tediosa, pesadez de mis párpados.

He olvidado el pensamiento detonante de hoy. Demasiado cosas pasan por mi cabeza como para acordarme del aspecto de cada una de ellas. Afortunadamente, mi corazón tiene mejor memoria que mi mente, y sí recuerdo la sensación que dejó tras de sí este pensamiento y la evolución que ésta ha tenido hasta terminar siendo la razón de los impulsos nerviosos que garabatean líneas de tinta azul. Dicho sentimiento fue la frustración. Esa vieja vecina que se acomoda al lado de todas mis creaciones para susurrarme que no puedo, que no soy suficientemente buena, que esto no es lo mío. Una íntima amiga que nunca queda invitada a las fiestas del alma pero que siempre se cuela por la puerta de atrás. ¿De quién es la mano que gira el pomo que la deja entrar? ¿De la infelicidad, de la baja autoestima o del cansancio? Mis habilidades detectivescas nunca fueron poco más que mundanas, por lo que, no he descubierto al culpable, no he puesto remedio a su fechoría y doña frustración se me ha colado una vez más.

En esta ocasión esta inmortal dama me hizo dudar de mi capacidad de lograr, lo que a día de hoy es, mi más cercano objetivo. Resulta que, tal vez el esfuerzo no es suficiente. Quizás las ganas, el empeño, la ilusión no son buenas cartas para sentarse a la mesa de juego. Tal vez, la agradable cantinela de las monedas en los bolsillos sea la mejor baza. ¿Qué digo? ¿TAL VEZ? Seguro. No dudo, ni menosprecio, la valía del esfuerzo ni la importancia del empeño pero proclamo una de las verdades más grandes y más negadas de este mundo: “Con dinero todo es más fácil”. La vieja historia de que con esfuerzo puedes llegar hasta donde que propongas es siempre contada por bocas que pasan hambre. Si naces rodeado de fortuna, las puertas tendrán cerraduras menos oxidadas. Es así. Probablemente, porque todo el mundo tiene un precio. Si naces “arriba”, tienes la mitad del camino ya recorrido para llegar “más arriba” y un fajo de billetes para hacerte más cómodo el recorrido de la otra mitad. No niego que, si no pones algo de tu parte, puedes terminar en un abismo, que puedas caer bien abajo. Sin embargo, para ellos el camino es menos tortuoso que para quien lucha encarnizadamente por cada paso, quien no recibe nada regalado, quien suda cada logro. Muchos dirán: “Alcanzar la meta es más satisfactorio si sabes que lo has logrado por ti mismo”. ¿Y si no llegas? ¿Si le pones empeño y no lo consigues? ¿Qué haces cuando fracasas? ¿Cuándo fracasas por no haber tenido a tu alcance la ayuda necesaria, una ayuda que podía sufragarse monetariamente?

Es más fácil escalar hacia arriba con ventaja. Porque hundirnos sabemos todos y sin ayuda. El problema empieza al querer avanzar, porque es más fácil bajar que subir.

Y después de este deprimente discurso que desmoralizaría tan sólo a alguien de espíritu tan débil como el mío, yo confieso que sigo esforzándome. Tuve la desdicha de nacer donde no se nadaba en la abundancia y de sufrir ciertas situaciones que no mejoraron dicha realidad, por lo que no tengo ventaja. Si quiero subir, tengo que tener fe ciega en el empeño. Posiblemente no sea suficiente, pero como carezco de otras armas, no he de aceptar las cosas tal y como vengan, sino cambiarlas cuanto esté en mi mano para adaptarlas a mi gusto. Porque es más fácil bajar que subir. Y tan sólo para subir se necesita manual de instrucciones.

Quien está solo, está solo. Quien tiene suerte, tiene suerte. Las cosas llegan y se aceptan. Nosotros no decidimos las cartas que nos tocan. Sólo cómo jugarlas. Hay que procurar levantarse de la mesa de juego con la fortuna de todos los jugadores y con ello, pagar a un portero que no deje pasar a la frustración ni por la puerta de atrás. Palabras de pobre, sí, de quien sólo tiene esta mentira como consuelo.

Y aún con todo, prefiero creérmela y seguir, a sentarme y pensar que todo es fijo e inamovible como el valor de una moneda.

Porque es más fácil bajar, hundirse, que subir.

16 de julio de 2010

Idiota

HOY mismo, cuando me pongo a pensar acerca del pasado, llego a conclusiones ciertamente curiosas. Sorprendentes, si soy completamente sincera. Y con cada una de las teorías que extraigo de mis propios pensamientos consigo conocerme un poco más a mí misma, como si el secreto para desvelar las brumas de mi “yo” estuviera en esos mundanos y diarios pensamientos que tengo durante las horas de luz. Como si dichos secretos encerrasen tras de sí el verdadero aspecto de mi verdadera personalidad.

En este preciso instante, al meditar acerca de todo lo andado, pienso que ha habido carreras, tropezones, paseos tranquilos, caídas, golpes, caminatas a la pata coja… e incluso a ciegas. Que he tomado la dirección equivocada en multitud de ocasiones pero también la acertada en varios momentos. Y quizás, por eso, aún estoy aquí. Hecho que, por cierto, si se analiza fríamente es bastante increíble. Sí, no puedo creer que siga con vida. Es sorprendente seguir respirando cuando te has dedicado a perder el tiempo y jamás has hecho nada útil o grandioso que mereciera como premio que la muerte hiciera la vista gorda contigo.

Delirando y delirando, me doy cuenta, al echar un vistazo a las pocas acciones que recuerdo haber realizado en los últimos años, que soy una idiota. Mejor dicho, que me comporta como tal. Si juzgo mis acciones bajo mi actual criterio, el resultado es siempre el mismo: “María, felicidades, eres idiota.” Y lo más curioso de toda esta reflexión sin sentido es que la historia se ha repetido a lo largo de todas las etapas de mi vida. Con 8 años pensaba que mi comportamiento a los 6 era propio de idiotas. Con 10 años creía firmemente que a los 8 había sufrido algún tipo de trastorno mental transitorio porque mis acciones con tal edad se me antojaban demasiado estúpidas. De igual manera opinaba acerca de mis 10 años al cumplir los 12 y un largo etcétera hasta los 15 en que me hallo inversa.

Sin embargo, ¿realmente he sido una idiota? Me parece un poco fuerte decir que me he comportado como una idiota durante 15 años, 5475 días, numerosos minutos, incontables segundos. Sí, sonará tal y como es, una frase colmada de ego y amor propio, pero es lo que pienso. Hay decisiones de las que estoy orgullosa, cosas que SÉ que hice bien, acciones que me han aportada dicha. Mi mente cambia, avanza, retrocede (sí, eso también), aprende, corrige y todo ello termina forjando un nuevo punto de vista bajo el cual han de regirse mis neuronas. Bajo el cual juzgo mi pasado. Y el juicio termina siempre con el mismo veredicto: “Idiotez”. Juez y acosado al mismo tiempo. Un acusado sin abogado que le defienda puesto que mi anterior punto de vista fue desechado vilmente. Patético. Curioso. Divertido. Y me aporta un valioso privilegio, una ventaja.

Dentro de 3 años, me pareceré idiota. Pensaré que mi actitud actual es tonta, infantil y fuera de lugar. Es más, en mis momentos de lucidez, cuando mi vena madura, aquella que consideraba seca, late con fuerza en mi sien, me parece que debería cambiar un poco mi actitud. Dentro de 3 años habré cambiado mi manera de pensar. Quizás mucho, quizás poco. Pero habré cambiado y espero que para mejor. De cualquier manera, me pareceré idiota.

Tal vez el ser de pronto consciente de esta circunstancia implique un cambio. Tal vez esta revelación sea el aviso de la necesidad de marcar otro punto y final. ¿Si no por qué jamás había caído en la cuenta de que hago estos juicios y ahora sí? No obstante, no siento el deseo de cambiar. Quizás no haga falta desear el cambio o siquiera ser consciente de que se necesita, quizás sólo ocurra, de espaldas a nuestra percepción y sólo seamos conscientes de él una vez haya tenido lugar. Son tantos puntos distintos sobre los que reflexionar, escribir y discutir. Tantas posibilidades de cambiar el rumbo de mi manuscrito. Me abruma. Me supera. Y mi mano no puede seguir el ritmo frenético y desordenado de mi mente de quinceañera.

Con honestidad no me importa. Voy a pasar por encima de todas esas filosóficas salidas sobre las que pensar y voy a quedarme con algo en claro. Sólo así sentiré que estas líneas han tenido un sentido.

Voy a cambiar. Física y mentalmente. Posiblemente, de manera más intensa en el plano mental. No puedo detenerlo ni impedirlo. Ocurrirá y punto. Y, por supuesto, de la misma manera que ahora me da igual lo que piensen los demás de mí, en este instante me da igual lo que pienso yo de mí misma dentro de unos años. Sí, me pareceré una idiota pero habré disfrutado siéndolo.

14 de julio de 2010

Acompañados y acompañantes

QUIZÁS al final sea cierto. Quizás al final no sepamos estar solos. Quizás al final Dios los crea y ellos se juntan. Sin embargo, en caso de que sea cierto, en caso de que no seamos más que recipientes colmados de soledad, seres que buscan desesperadamente compañía, ¿por qué entonces hay quien desprecia a aquellos que no saben estar solos? ¿Por qué entonces hay quien encuentra orgullo en su soledad? ¿Por qué entonces más vale estar solo que mal acompañado? Todas estas preguntas parecen confirmar la misma conclusión: Contra todo parecer, podemos estar solos. Y, a pesar de todas las razones obtenidas, la soledad sigue haciéndonos daño, arañando nuestra humanidad, envenenando nuestra capacidad de amar, mermando nuestra felicidad. Regresamos pues, al punto de inicio: No podemos estar solos.

¡¡¿¿??!!

Dos conclusiones contrapuestas que chocan con fuerza, debilitando la determinación obstinada de una empecinada mente de hacerse con la conclusión correcta. ¿Podemos o no? ¿Tenemos la fuerza necesaria? Tal vez, en el fondo, no se trate de 2 ideas tan opuestas, quizás la antítesis sea producto de nuestra imaginación. Quizás seamos suficientemente fuertes como para soportar parte del camino solos hasta que llegue el compañero con quien terminar el viaje, o al menos, intentar terminarlo. Quizás todo pueda ser. Quizás cuando nuestra fuerza para seguir flaquee aparezca alguien para acompañarnos durante un trecho. O quizás le busquemos nosotros mismos. Pero, en tal caso, ¿por qué al sentirnos solos, desganados y abandonados no aparece nadie? ¿Por qué los compañeros terminan marchándose? Tal vez cuando creemos que ellos nos acompañan a nosotros, nosotros les estamos acompañando a ellos. Tal vez cuando se marchan, era porque nosotros ya les habíamos aportado el suficiente apoyo, ya habíamos cumplido nuestra función de acompañantes.

También puede no ser así. Lo ignoro.

¿Debemos pues buscar nosotros a un acompañante, arriesgándonos a terminar siendo nosotros mismos el alivio y no los aliviados? ¿O debemos sentarnos a aguardar? El inconveniente reside en que siquiera esta segunda opción nos libra de la posibilidad de convertirnos en “acompañantes”. ¿Tal vez evitar toda compañía humana? Siquiera esta opción es viable. Alguien terminará acercándose a tu camino en calidad de acompañante o de “parásito”.

Podemos estar solos. Podemos estar acompañados. Podemos ser acompañantes de otros. Y es entonces, en esta última opción, cuando el sufrimiento llega hasta nosotros. Cuando otros toman todo de nosotros sin dejar nada a cambio. Cuando hablan de “estar mal acompañado” se refieres a ser acompañantes de otros, a vivir inmersos en la ilusión de yacer en compañía cuando en realidad estamos solos. Cuando se refieren a “no saber estar solo” hablan de ser siempre acompañantes. Somos recipientes de soledad con el fin de que busquemos compañía, sirviendo de algo a otros y ellos a nosotros. Ese sentimiento de desamparo que nos suele invadir es tan sólo una manera de agilizar la búsqueda de compañeros. ¿Si no sintiéramos esa soledad, nos juntaríamos con alguien? No. No habría necesidad. Nuestra sensación de abandono es tan sólo una estratagema de la naturaleza para que su sistema funcione.

Sin embargo, a pesar de todo lo reflexionado, lo hablado y lo escrito, ¿es posible ser “acompañante” y estar acompañado al mismo tiempo? He ahí la cuestión para la cual aún no hallo respuesta.

13 de julio de 2010

Aquella noche de verano

HACÍA calor y no podía dormir. Me hallaba en mi cama, tumbada, boca arriba con las sábanas pegadas a la piel y el pijama empapado en mi propio olor. Mi pelo, desparramado sobre la cálida almohada, se pegaba a mi cara de un modo un tanto desagradable. Mi respiración, profunda, caliente, regular, amena; no ejercía ningún alivio en mí. Me parecía que el aire que penetraba en mis pulmones estaba a la misma temperatura que mi cuerpo y, por lo tanto, dicha corriente no era un frío bálsamo para mi calor.

No se trataba de un calor sofocante y abrasador, pero sí de uno capaz de penetrar en la piel, acelerar la respiración y hacer transpirar diminutas gotas de sudor por todo mi ser.

De una torpe patada, aparté la manta y sentí durante una fracción de segundo cómo el aire que danzaba en mi cuarto se inclinaba sobre mis piernas. Fue como un mordisco helador sobre la carne de mis extremidades y el alivio me hizo suspirar. Sin embargo, cuan depredador no satisfecho con el sabor de su presa, el relajante frío se apartó de mí y se retiró a algún rincón de la habitación.

Fue, entonces, de nuevo, cuando fui consciente de que mis ojos seguían abiertos mirando a la vacía oscuridad que me rodeaba. No tenía sueño pero tampoco la suficiente fuerza como para incorporarme del camastro. El calor había extendido sus cadenas sobre mis muñecas y tobillos, convirtiéndome en un ser pasivo, sin intenciones de moverse, que tan sólo pretendía pasar el mayor tiempo posible en la misma posición. Respiré más hondo que en ocasiones anteriores y un húmedo mechón de pelo se deslizó por mi frente. En vez de alzar mi mano y devolverlo a su lugar, me limité a ignorarlo, cerrando los ojos. No sentí sueño ni sensación de descanso al dejar cerrar los párpados. Y, para distraerme de la tediosa situación en la que me encontraba, concentré mi atención en los sonidos que la calle profería a través de las rendijas de mi persiana.

Oía música. Más bien, retazos minúsculos de canciones que sonaban en el interior de los vehículos. Las melodías llegaban hasta mí durante una fracción de segundo y luego, su intensidad iba disminuyendo a través del espacio hasta que terminaban muriendo en el final de la calle. También oía conversaciones y pasos. Indicios de que no toda la vida humana se recluía en casa para dormir al caer la noche. Cada cierto tiempo, también oía a los trenes pasar. Tras tantos años conviviendo con las idas y venidas de las locomotoras, había desarrollado una intuición especial para decir cuando iban a pasar. Sentía las ruedas deslizarse sobre el hierro de la vía segundos antes de que mis oídos registraran el inmenso alboroto que causaban. Los chirridos del metal, los murmullos de las piedrecillas del suelo al ser pisadas por una máquina semejante e incluso los reflejos de los faros en mi ventana eran todo lo que dejaba un tren al pasar. Esa noche oí a muchos llegar, pasar junto a mi edificio y continuar su viaje hacia la estación, que se hallaba metros más allá.

Pero no me dormí. Y la noche continuó su transcurso, ahogándose finalmente en el despuntar de un amanecer que presencié con los ojos abiertos.

No hallé descanso aquella noche de verano.

7 de julio de 2010

Lo que ocurre en SF, se queda en SF I

-Es que es genial apoyar la cabeza en ella, tiene las tetas blanditas y pequeñitas...
-Hola? Estoy aquí, eh? Lo oigo todo.
-Tampoco son tan pequeñas... Son proporcionales a su cuerpo. Para la altura y edad que tiene, están bien.

Lo que ocurre en SF, se queda en SF I

2 de julio de 2010

Angels With Pneumonia

-HEY, if it's always hot in Hell, it should be always cold in Heaven, right?
-Umm... Maybe. Heaven's weather should be at least colder...
-Oh, gosh, and what about those angels?
-What?
-Yeah, you know, the fucking angels that are always naked, singing and all that shit! They should get sick easily, shouldn't they?
-Oh, fuck! You're a genious! That's why we are so unlucky... 'Cause our fucking guardian angels are sick of pheumonia!! Come on, babe, let's change our luck. Let's commit suicide and bring them some medicines!
-Stop freaking out, girlie. You know we're going to hell!

è.é

1 de julio de 2010

Debería haber publicado esto antes...

28-J
DÍA del Orgullo Gay.
Y como no puedo ir a ninguna marcha colorida por las atestadas calles de ninguna flamante ciudad, he buscado una manera más personal de celebrar este día. He terminado montando un ciclo de cine lésbico en el ordenador de mi casa. Es discreto, no molesto a nadie si estoy viendo unas películas y es algo que jamás había hecho antes, algo que siquiera me había planteado hacer en un futuro inmediato.
En realidad, este maratón de cine no fue algo premeditado. No me pasé tiempo pensando en qué hacer para conmemorar este día. No me levanté con la idea ondulándose en mi cabeza. Ni mucho menos… Realmente, fue algo tremendamente instintivo. Una cadena de hechos que tuvo lugar en la red. Un artículo me condujo a otro, una película a la siguiente. Ahora, aunque aún me falta una película para clausurar el ciclo, pienso si todo esto no es un raro. El hecho de que las cosas se entrelacen en tan simple armonía, que lo que parecía tremendamente desunido acabe juntándose con tanta facilidad. ¿No hay en ello un poco de misticismo?
Pero no era de eso acerca de lo que pensaba escribir.
Las películas escogidas para ser visionadas en mi humilde pantalla han sido, hasta la fecha: “Lost&Delirious”, “Fucking Amal” y “Loving Annabelle”. Antes de verlas, había recurrido a la opinión de otros espectadores, por lo tanto, estaba al tanto de varias críticas cinematográficas antes de acomodarme en la silla a la espera del primer fotograma. No puedo sino admitir que mi favorita, “la niña de mis ojos” es L&D. Fucking Amal es brillante con todas las letras… Se corresponde perfectamente con el ambiente que se vive en los círculos adolescentes de hoy en día. LA… está muy bien conseguida y todas esas cosas pero no llega a tocarte de la misma manera que las anteriores. ¿Será tal vez por qué relata una relación profesora-alumna? ¿Tal vez por qué me es más fácil imaginar una relación entre dos adolescentes? Probablemente, sea así.
Pero lo que más me llamó la atención fue las ganas que parecían tener todos directores por evadir la palabra lesbiana. Todos trataban el tema con absoluta delicadeza, dando a entender que existía amor entre las dos mujeres pero nunca usando la palabra lesbiana. Las películas defendían la política de no etiquetar a la gente, de que cada uno vive lo que siente… Y entonces, mi cerebro empezó a funcionar. Levántate de la silla, busca en la estantería cualquier película romántica donde haya una relación hetero. Pregúntale a tu cabeza qué responderían los personajes si les preguntarán acerca de su relación. ¿Tendrían algún problema los guionistas para escribir una contestación así: “Somos hetero”? ¿O, por el contrario, escribirían algo como: “Nosotros sólo vivimos lo que sentimos. Nos queremos.”? Jamás.
NO. NO JODER. NO.
Cualquier personaje hetero de cine o literatura (sobretodo en cine) acostumbra a fijarse en más de uno de los miembros del sexo opuesto. No acostumbra a decir: “No me gustan las etiquetas. Yo sólo amo a esa persona”. Sin embargo en multitud de historias homosexuales, se recurre al viejo argumento de crear un amor idílico entre dos mujeres y que, aunque su relación sea lesbiana, ellas no se consideren como tal porque sólo sienten atracción entre ellas.
No me malinterpreten, no me posiciono en contra de quien reniega de las etiquetas y vive lo que siente. Sólo reflexiono acerca de por qué la frase: “Odio las etiquetas. Hago lo que mis sentimientos me dictan”, no aparece en las relaciones hetero.
A veces siento esa frase como una excusa. No cuando la pronuncia una persona REAL, sino cuando la industria del cine, la música, la literatura, la usa. La siento como una manera de excusar los sentimientos. Para que sea más fácil rodear una película, producir una canción o escribir un libro. Al fin y al cabo, si alguien pregunta: "¿Pero son lesbianas o no?", es muy sencillo y menos conflictivo responder: “Tan sólo viven sus sentimientos”.
Es posible que el error esté en mí. No obstante, me gustaría, de la misma manera que la vida real hay gente que reniega de las etiquetas y, al contrario, quien las usa sin darle importancia, que la haya también en los mundos ficticios. ¿Una petición un tanto extraña? Maybe. Es más, ahora que releo el texto, veo que ni yo misma sé lo que digo y que todo está desordenado y mal expresado. Creo que el texto da lugar a malas interpretaciones y discusiones. Pero si no lo digo, reviento. Porque… ¿hola? Yo soy feliz con mi etiqueta. Porque no la siento como tal. Y, en mi opinión, el asunto reside ahí: En si sientes la etiqueta como un peso o no. Como un inconveniente o no.
Bueno, no tiene importancia, esto no ha sido más que un lapsus. Siquiera sé lo que digo.

29 de junio de 2010

Mutilación

HACE mucho que no escribo. Quizás demasiado. Antes tenía la capacidad de sentarme frente a un ordenador o a una hoja de papel y comenzar a escribir líneas y líneas acerca de lo que fuera. De cualquier cosa, por vana que fuese, y finalmente el texto desembocaba en una conclusión amarga, simple, pero con la cual me sentía a gusto. Conseguía poner mis pensamientos por escrito. O incluso, mis sentimientos.
Después dejé de escribir. ¿Por qué? Tengo miles de respuestas, a cada cúan más estúpida. O a cada cuán más cierta. Sin embargo, no deseo oírlas. Las sé, las conozco. Fue todo por… ¿pereza? No, ese no es el sentimiento. Tal vez… ¿comodidad? ¿O sencillamente tuve otros quehaceres más importantes? Fue una mezcla de las tres y terminó en el abandono de este arte, en el encierro de la inspiración y en el olvido de cómo plasmar mis pensamientos sobre una superficie de dos dimensiones. La explicación menos dura de enfrentar para esta mutilación que llevé a cabo es quizás esta: Era feliz. Desahogaba mis agrios sentimientos con la escritura. No servía para nada más. Y después, fui feliz. Vi, como suelen decir algunos, la “luz” entre las tinieblas. Y ya no necesité escribir nada más porque no quedaba ni un poco de amargura dentro de mí. Y olvidé cómo escribir.
Siquiera sé que hago ahora, por qué la escritura ha vuelto a inducirme cuan a un conejito de Indias. Sigo siendo feliz. No necesito lidiar con nada. Nada puede arrebatarme la felicidad. Y es entonces cuando comprendo que quizás mi burdo e inconsciente intento de matar mi inspiración fracasó. Que tal vez, aún puedo ordenar mis ideas tecleándolas para mi deleite. Que quizás no se trataba de luchar contra la amargura. Tal vez lo hacía porque me gustaba. Y me sigue gustando.
Tan sólo perdí el camino durante un tiempo. Me emborraché de felicidad y troté de manera tortuosa por el camino hasta salirme de él. Me quedé en la cuneta suspirando hasta que los efectos de esa poderosa droga se disiparon un poco. Y comprendí que mi felicidad estaba unida a mi capacidad de creación y que sólo me sentía completa si me veía capaz de crear y de disfrutar a la vez.
Volví a escribir. Porque ese arte, al igual que el andar en bicicleta, nunca se olvida. Quizás se oxide un poco pero jamás cae en el olvido.

28 de junio de 2010

First. Something I wrote time ago...

SUPONGO que debería haberlo previsto. Supongo que era demasiado irrealista pensar que me estarías eternamente agradecida, que me alabarías continuamente, que te atarías a mí tal y como deseo. Supongo que sólo eran sueños de una niña que necesita la compañía de cualquiera, cualquiera que finja quererla con la suficiente convicción. Ahora miro atrás y repaso cada instante con la entristecida mirada de aquel que se cree solo y comprendo que todas mis suposiciones son meras tonterías. Tú te has atado a mí, en realidad, llevas atada a mí mucho más tiempo del que yo creo... Tú me estás tremendamente agradecida y lo demuestras con cada sonrisa, cada mirada, cada gesto y cada palabra que me diriges. Vives en una eterna ensoñación paradisíaca. Y no me alabas, pero haces lo imposible por mantenerme junto a ti.

Ahora comprendo que el problema es mío. Hace tiempo que no tengo a nadie sólo para mí. Todas las personas con las que comparto mi vida no me necesitan. O al menos no de una manera obsesiva y dependiente. El problema soy yo. Entreví en ti la posibilidad de volver a sentirme COMPLETA Y ABSOLUTAMENTE necesaria para alguien. No te negaré que ahora mismo soy una parte de la vida de cierta gente. Pero si me muriese en este instante, ¿llorarían mi pérdida? No, lo lamentarían (espero que profundamente) pero no llegarían a llorar. ¿Por qué? Porque no soy imprescindible. No debería sentir mal por ello. Al fin y al cabo, no hace mucho que soy un elemento en sus vidas. El problema es que una vez disfruté de una amistad ciertamente turbia con la que no necesitaba a nadie más para sentirme completa y lo añoro. No debería, pero lo extraño. Quise que uno de ellos fuese mi amigo. Quise que tú fueses de nuevo, más que una amistad corriente, más que una amiga de la adolescencia. Quise que tú fueses mi amistad obsesiva. Quise apoyarme en ti y llorar. Porque lo necesito. Necesito confiar en cuerpo y alma en alguien. Pero tú no puedes saberlo. No eres adivina, mi pequeña amiga. No.

Por todo esto, cuando veo que mezclas tu vida con la de ellos más que yo misma, la envidia me enerva hasta tal punto que desearía no haberme cruzado jamás contigo. Es un sentimiento egoísta y estúpido, propio de alguien inmaduro y caprichoso, pero lo siento. No obstante, supongo que tú ya te das cuenta de ello, ¿no es cierto? Lo notas, lo sé, cada vez que hablamos de hasta cuándo podemos estar en la calle, cuando hablamos de lo que tú hiciste con ellos el día anterior... ¿O acaso no ves esa sombra de envidia que cubre mis ojos? En esos momentos, la rabia llena cada fibra de mi ser y tengo ganas de gritar. Gritarte que te odio, que me los estás robando, que nadie te ha dado derecho a intervenir en mi vida. Y entonces esa ira se aleja de mí, dejándome temblando y con las manos sangrando por haber apretado tanto mis uñas contra la carne. Comprendo con horror que soy yo quien te ha introducido en esto, en sus vidas y me siento ruin y mezquina, egoísta y despreciable. Pero también descubro que te aprecio y que tu felicidad me hace feliz.

Estoy inmersa en un laberinto donde no veo la salida y si la veo, no soy capaz de reconocerla. Necesito ayuda, ¿sabes? Te aprecio demasiado como para alejarme de ti sin darte ninguna explicación. Te aprecio demasiado como para decirte: “No te acerques más a ellos”. Además, no tengo poder para imponerte eso. Te aprecio demasiado para hacer algo que perjudicase tu felicidad y envenenase esa sonrisa afable que me diriges cada vez que me ves. No obstante, cuando veo que forjas con ellos una amistad que yo siquiera podré codiciar, me siento morir. Quiero que sean solo míos, solo míos... Es patético, obsesivo y enfermizo pero soy así.

Ahora, cuando la parte práctica de mi ser se alza sobre la inestabilidad de mi espíritu, arrastrándome a un estado más que pacífico y racional, veo las cosas desde otro punto. Tú no me los intentas robar. Tú no haces nada malo. Tú simplemente eres feliz. Soy yo. Soy yo, quien, con una actitud envidiosa y obsesiva que he desarrollado con el paso del tiempo, ve en tus actos un trasfondo de maldad. Del mismo modo, soy yo quien ve en ti un apoyo para sobrellevar estos oscuros días. Pero no confío en ti completamente y no dejo que accedas a esa parte de mi ser donde habita el dolor y los rencores, los miedos y los temores. No te lo permito porque pienso que por robármelos, no te lo mereces.

Perdóname, por favor. Sabes que yo siempre digo que hay que pedir perdón por cosas importantes y esta es una de ellas. Perdóname. Por favor, no dejes que este carácter desconfiado y malogrado que se oculta bajo una bonita sonrisa y unos ojos siempre centellantes de alegría, destruya esta amistad que hemos conseguido. Simplemente, sigue siendo feliz con ellos y haciéndome feliz a mí. Olvida que una parte de mi ser alberga estos sentimientos. Yo misma me ocuparé de destruirlos y finalmente, de ver las cosas tal y como en verdad son.

Tan sólo una niña sola que por fin ha encontrado amigos y disfruta, cada segundo de su existencia, de la compañía de quien la hace sentirse querida.