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6 de mayo de 2011

Clonaciones.

¿Y tú, pequeña criatura? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a dejar que la música siga repiqueteando contra las huesosas paredes de tu cabeza, que siga marcando un pulso (cual alegro bailarín) en la punta de tus dedos? ¿Vas a levantar la mirada de tus rollizas rodillas? ¿Vas a apartarte el cabello de los cristales que tienes por ojos? ¿Vas a enfrentarte a mí, a una conciencia etérea, incorpórea, a una subjetividad aletargada, a una honradez hecha de hiel?
Y cuando lo hagas, ¿qué me dirás? ¿Sostendrás ante mí esa vidriosa mirada, mirada a camino entre la mortuoria inmovilidad y el tierno sufrimiento? ¿Entreabrirás los labios para exhalar un suspiro? ¿Soltarás la férrea cárcel que tus carnosos brazos han forjado alrededor de tu pecho y estirarás los codos hasta rozarme? ¿Querrás engancharme con un gemido; clavar tus uñas en mi ropa, sentir cómo rasgan el algodón y hieren tu propia carne; tenerme como mecedora de tu angustia?
Véras, pequeña, tú que tienes miedo, que sientes pavor, que lloras cuando la oscuridad de la noche se cuela por las cuencas de tus ojos hasta convertirse en el alimento de tu sistema nervioso; tú, niña, sólo tú, deberías encontrar cobijo en los silencios de mis palabras de consuelo, en mi dulce torpeza al abrazar, en las líneas de mis manos que mueren en mis venas, venas cuya sangre hierve al contemplarte caer.
Porque yo, intangible y material a la vez, utópica y objetiva simultáneamente; sólo yo deseo arrancarte las espinas de esas rosadas yemas, sólo yo quiero inmortalizar el dibujo de tu pelo sobre el lienzo que es este vendaval, sólo yo puedo prometerte que nunca dejaré de mecer tu cuna, porque yo soy tú, un calco de ti, un duplicado de tu alma, un reflejo de este espejo.

Creéme, me clonaría sólo para poder cuidarte como necesitas.