Skinpress Demo Rss

20 de agosto de 2010

Teoría de las lenguas Eslavas en general y de la lengua Rusa en concreto.

DURANTE estos últimos meses, mi mente ha sido invadida por el fuerte deseo de conocer y aprender una nueva lengua y cultura. Aquellos que me tengáis que soportar cada día, sabréis de lo que hablo; e incluso es posible que este objetivo mío también haya llegado a oídos de aquellos que no me aguantan rutinariamente. El asunto es que la lengua Rusa me fascina. Y estos pasados 15 días, una serie de circunstancias más bien usuales, han desembocado en un frenesí de ideas incoherentes que, finalmente, han engendrado una de las más absurdas teorías de la lingüística. A pesar de lo descabellado de esta gran conjetura no puedo evitar sentirme orgullosa de ella, quizás porque la he desarrollado yo, quizás porque cada hora que pasa siento que puedo tener razón, quizás porque el asuntillo está relacionado con la lengua rusa y ese simple hecho trastoca un poco mi juicio.

Además, aprovecho también este prólogo para solicitar colaboración. El nombre de la teoría suena maduro y juicioso pero es terriblemente cansado de escribir; por lo que necesito un acrónimo. Si alguna mente imaginativa tuviera alguna idea, que me la comunique. ¡Todo proyecto adquiere formalidad si posee sus propias siglas!

Sin más dilación, os presento mi teoría de las lenguas Eslavas en general y de la lengua Rusa en concreto. Supongo que sobre este mismo tema ya se habrán vertido ríos de tinta y realizado múltiples estudios. Pero a mí todo eso me trae sin cuidado y pienso exponeros esta burda hipótesis sin desarrollar. La teoría consta, por el momento, de 3 apartados. Uno relacionado con la sonoridad de idioma, otro referente al alfabeto de la lengua y un tercer apartado que añado tomándome una pequeña libertad, ya que el capítulo no posee el tono sensato del resto del texto.


Apartado 1. “Acerca de la sonoridad del idioma”
Si cualquiera de vosotros ha tenido la ocasión de oír hablar ruso, no digo “escuchar” porque esa acción implica un mínimo grado de atención que normalmente no prestamos a nuestro alrededor, coincidiréis conmigo en que es una lengua muy fuerte. Su sonido es intenso, enérgico y en ocasiones, puede resultar hasta tosco. De cualquier manera, también coincidiréis conmigo en que Rusia es el país situado más al Este de todo el continente europeo. Según mi teoría, la localización geográfica de la zona y la sonoridad del idioma están directamente relacionadas. Cuanto más al Este se sitúe un idioma, más fuerte sonará. Y según vamos avanzando hacia el Oeste, la sonoridad se va suavizando de forma paulatina. Resultará cómico pero desarrollé esta hipótesis cuando escuché hablar en húngaro. Dicho idioma poseía sonidos intensos parecidos al ruso y sonidos silbantes parecidos al francés. Pensad, por ejemplo, en el portugués, posiblemente el idioma más al oeste de Europa: la palabra “leche” se traduce por “leite”, sustituyendo el sonido fuerte de la “ch” por otro más suave. Por supuesto, esto también es aplicable a los países eslavos aunque en muchísimo más complicado apreciar la diferencia de sonoridad entre Polonia y Rusia.

Apartado 2. “Acerca del alfabeto”
En este apartado recalco de nuevo la relación entre la distribución geográfica de los países y sus alfabetos. El Este está relacionado con el alfabeto cirílico y el Oeste con el latino. La lengua rusa se escribe empleando el alfabeto cirílico. Para aquellos que no estén familiarizados con este alfabeto, les escribo las letras que lo componen:

А Б В Г Д Е Ё Ж З И Й К Л М Н О П Р С Т У Ф Х Ц Ч Ш Щ Ъ Ы Ь Э Ю Я

Los países que lindan con Rusia emplean también el alfabeto cirílico y existen multitud de similitudes. Aunque en algunos casos existen letras/sonidos propios de un idioma. Por ejemplo, la letra Ї es característica de la lengua ucraniana. Si continuamos avanzando hacia el Oeste, nos encontraremos, por ejemplo, con Serbia. La lengua serbia puede escribirse tanto con alfabeto cirílico como con alfabeto latino. ¿Será quizás porque limita con Bulgaria al Este (cirílico) y con Croacia al Oeste (latino)?
Estas son las letras de la lengua serbia, tanto en cirílico como en latino.

А Б В Г Д Ђ Е Ж З И Ј К Л Љ М Н Њ О П Р С Т Ћ У Ф Х Ц Ч Џ Ш

A B V G D Đ E Ž Z I J K G L Lj M N Nj O P R S T Ć U F H C Č Dž Š

Nótese el gran parecido con el cirílico ruso y las letras propias del serbio. Y por supuesto, fíjense también en que el alfabeto latino no es exactamente como el nuestro, sino que existen algunas letras desemejantes.
Por poner un ejemplo más, escojo el eslovaco. Este idioma usa el alfabeto latino. Y aun con todo, tampoco es el mismo alfabeto latino que usamos nosotros.

A Á Ä B C Č D Ď DZ DŽ E É F G H CH I Í J K L Ĺ Ľ M N Ň O Ó Ô P Q R Ŕ S Š T Ť U Ú V W X Y Ý Z Ž

Llegado este punto me gustaría que prestarais atención en los numerosos signos diacríticos que tiene el eslovaco. Signos que, por fuerza mayor, no hacen más que recordarme al francés. Curiosamente, el francés se habla un poco más al Oeste.

¿Absurdo? ¿Casual? ¿Curioso? ¿Tal vez interesante? No lo sé. Simplemente recalco la relación que, tal exista tal vez no, pero que a mis ojos, es palpable: Existe una relación entre la situación geográfica de un idioma y sus características lingüísticas, tanto sonoras como escritas.
Para concluir, no obstante, me tomo la libertad de redactar un tercer apartado, nada parecido a los anteriores para mi sola satisfacción y tranquilidad de mi conciencia.

Apartado 3. “Acerca de mi repentino embelesamiento con la lengua rusa.”
Las lenguas siempre me han apasionado pero un pequeño defecto mío me ha impedido apreciarlas en su totalidad: Me resulta muy complicado escuchar lenguas desconocidas. Es una reacción casi instintiva, automáticamente mis oídos rechazan esos sonidos, me chirrían. Quizás sea una tontería. Pero me ha ocurrido y me sigue ocurriendo. Las únicas lenguas que toleraba eran aquellas 3 que conocía. Y escuchar cualquier otra me costaba un esfuerzo bastante grande.
De cualquier manera, durante este último año acostumbré mis oídos al sonido del japonés ya que, como muchos sabréis, la mayoría de los animes están sólo subtitulados. Sin embargo, lenguas como el alemán o el francés, lenguas que grandes artistas utilizaban en sus composiciones, me resultaban insoportables.
Imaginad pues, cual fue mi sorpresa cuando un día, al escuchar música en ruso, mis oídos no rechinaron sino que, gustosamente, toleraron el sonido de esa desconocida lengua. ¡Qué digo! ¿Tolerar? No, mis oídos reclamaban más. Tras disfrutar de horas de música cantada en dicho idioma, la pregunta lógica acudió a mi mente: ¿Por qué ella sí y otras no? Creo haber dado con la respuesta. Respuesta que, a muchos, os sonará estúpida, tan estúpida como a mi madre le pareció cuando se la conté pero respuesta que, para mí, encierra una verdad que desea alcanzar.
La lengua rusa me fascina porque su tono enérgico e intenso, a veces rudo y tosco, me recuerda de sobremanera al euskera. Así de simple. Puede que vosotros no veáis ningún parecido externo y si me pongo a analizar el sonido de las frases, yo tampoco. Pero inconscientemente, por alguna razón, mi mente asocia el ruso con el euskera. Tal vez porque las partículas “en” “hacia” “para” que en castellano se colocan delante del sustantivo, en euskera y ruso van detrás, añadido a los sustantivos. No lo sé. Quizás sólo sea una paranoia mía. ¡¡Pero os aseguro que esta paranoia también la comparte otra gente!! Ayer mismo, buscando una canción en concreto, hallé un vídeo de un grupo ruso bastante ñoño. ¿Sabéis cuál es el primer comentario que había sobre dicho grupo? “Si no supiera que era ruso, habría jurado que la primera estrofa estaba cantada en euskera”. Aclaro que el comentario no era mío, por si alguno conserva sus dudas. No obstante, apreció con claridad las diferencias entre ambas lenguas y he aprendido a querer los sonidos del ruso hasta el punto de convertir dicho idioma en mi futuro, en mi vida adulta, en mi mundo. Además, también voy tolerando poco a poco todo el resto de idiomas. Sin embargo, siempre defenderé que existe un parecido entre el euskera y el ruso.

Ahora, para concluir definitivamente, sólo recordar que necesito unas siglas con las que renombrar a mi teoría, la teoría de las lenguas eslavas en general y de la lengua rusa en concreto.



P.D: Recordar que esta es una teoría apenas sin desarrollar y que aún debo pulirla en todos sus detalles. Sé que tiene errores y que aporto pocos datos pero necesitaba compartirla. Gracias por haber aguantado esta versión preliminar.

14 de agosto de 2010

Bollos y tortillas.

DIVERSIDAD de gustos y preferencias. Un acontecimiento que todo país o comunidad desearía alcanzar. Al fin y al cabo, ¿dónde quedaría el pluralismo si todos los individuos de un colectivo caminasen en pos de una misma idea? Sin embargo, en esta misma sociedad que aplaude, teóricamente, las desemejanzas, huelo en el aire un perfume hostil cada vez que la variedad irrumpe en escena.

De acuerdo. Esta retahíla no es nada novedosa. Todos nosotros conocemos el tinte hipócrita que pinta los cimientos de nuestra comunidad. Todos hemos experimentado de diversas maneras (he aquí de nuevo a la diversidad) la doble carta de nuestra sociedad psicópata. Pero aún con todo no puedo evitar despreciar esta conducta tan poco digna y me urge rebelarme contra ella en mi manera de lo posible, es decir, garabateando mis quejas y rogando a una divinidad inexistente que mis palabras encierran utilidad alguna para cualquiera.

En mi mente se golpean los recuerdos de mis amigas, conocidas, compañeras de labores e incluso desconocidas deshaciéndose en halagos por el género masculino. Rememoro con realismo sus piropos y comentarios lascivos, gestos que no parecían sorprender a nadie, puesto que eso es lo rutinario, ¿me equivoco?

Más he aquí otros recuerdos encerrados aún con mayor recelo, con temor a su olvido, los instantes en que yo dirigía esos mismos piropos y comentarios lascivos hacia las mujeres. Las bocas abiertas, las miradas de sorpresa e incluso algún par de ojos que claramente decía: “Lo sabía.” Y peor aún, las muecas de desprecio y los comentarios cortantes, las miradas rebosantes de asco y las palabras que destilaban rechazo.
El momento en que la imagen progresista de esta sociedad se rompió en mil pedazos, pisoteada por los propios miembro “tolerantes” de dicha sociedad.
No soy tan ilusa como para esperar una aceptación total pero sí algo de respeto. Yo nunca pondré reparos a vuestras preferencias ya que soy yo la primera que tiene algo para recriminar. No obstante, vosotros tampoco podéis apuntar con el dedo porque todos tenemos algún motivo por el cual ser tachados de “inusuales”.

¿Sabéis cómo las veo a ellas?
Como a seres de luz.
Siempre ha sido así, en verdad.

Recuerdo los primeros cursos de Secundaria, las primeros años de adolescencia; recuerdo a las niñas de hormonas revueltas; recuerdo cómo no podía participar en sus charlas lascivas. Simplemente, no lo sentía. Les veía a ellos entrar y no comprendía el motivo de revuelo. Pero, por otro lado, una parte de mí comenzaba a fijarse en las dos luciérnagas que tenía una por oji8llos, en el dulce ángulo que formaba el brazo de otra con su hombro, en la sonrisa de labios finos de otra más, en la perfección de las curvas de una cuarta. Sentía la belleza latir bajo sus pieles como si de lava ardiente se tratase. Aceleraban mi corazón con sus andares. Y, sobretodo, y aunque parezca imposible, no había rastro de lujuria en mis pensamientos. Es más, ahora que releo todo esto, noto que el índice de pastelosidad es altamente peligroso. No me reconozco en estas líneas sentimentaleras.

Como iba diciendo, era demasiado joven como para entender las reacciones que tenía lugar en mí. Simplemente, las veía a ellas más hermosas que a ellos. No niego y nunca negaré que a veces también encontraba el fantasma de la belleza en ellos. Es más, admito haber suspirado por algunos de ellos. Pero ellas siempre fueron más hermosas. Sus rasgos, su cuerpo, sus gestos, su mente en general y su alma en concreto. Me fascinó.

Con el paso del tiempo aprendí que mi sentimiento tenía un nombre. Que más gente sentía lo que yo. Fue agradable tener una forma de llamar a todo aquello. Facilitaba su expresión a los demás.

Los demás…

También comencé a exteriorizar mis emociones con aquellos en quienes confiaba. También confieso que esta conducta me ha ocasionado más de un problema y ninguna ventaja. Es complicado que, en una sociedad de personalidad múltiple, ser diferente te aporte alguna dicha.

La cosa siguió cambiando en el tiempo y finalmente, llegué a la conclusión de que no era justo. Debía callarme, guardarme sentimientos y comentarios, asentir ante mentiras y aplaudir halagos que yo no habría pronunciado. Meramente, me negué, de nuevo, a seguirles la corriente.

Ahora participo en las conversaciones de ellos cuando hablar de ellas y en las de ellas cuando hablan de ellos. Digo cuanto he de decir. Y realmente me va bien. Es muy divertido comprobar que un chico tiene la misma opinión que tú sobre otra chica. Realmente gracioso, si se me permite. En otras ocasiones, peco de superficial. Caigo y recaigo en el vicio de fijarme en una parte de la carcasa en vez de admirar, como antaño, la belleza conjunta del caparazón o la elegancia de todas las partes por separado. A veces me asombro de mi vocabulario y mentalidad. Bastos y burdos, casi vergonzosos. Realmente no opino exactamente así. Siguen siendo seres de luz para mí aunque mis palabras transmitan lo contrario. No obstante, será otra ocasión cuando hable de por qué sigo prendándome de recipientes y empleando expresiones malsonante y palabras toscas. Será otra ocasión cuando hable de atracción e inconsciencia, de descontrol y embelesamiento.

En este momento apremió a quien quiere escuchar para que la hipocresía comience su descenso al infierno, para que al menos no haya más frases de desprecio, para que la sorpresa sea menos usual, para que esto se transforme en algo más rutinario.

Algo típico, ¿no?
Un texto del montón, ¿correcto?
Otro más sobre el tema, ¿verdad?
No he dicho nada nuevo, ¿me equivoco?

Bueno, pero este es el primero que escribo yo sobre el tema. Y si yo no escribo ace4rca de algo que me atañe tan de cerca, no merezco dedos para escribir. Siento que vosotros sufráis las consecuencias de mi testarudez.

Sólo sé que como bollos y zampo tortillas.
Sólo sé que tomo carne y pescado.
Y no tengo reparos en pedir ambos platos.

9 de agosto de 2010

Escribir siendo escritora

AHORA lo comprendo. Me ha costado tiempo y algún que otro disgusto, pero el asunto tiene ahora la transparencia de una lágrima de cristal. Lo he negado. He dado argumentos fuertes a mi negación. Me lo he creído. Y finalmente la realidad ha sido más rápida que la mentira. Se acabó el suave abrazo del engaño, el efecto tranquilizador de esa droga llamada “ignorancia”. Llegaron a su fin los bailes de máscaras y los teatros con caretas.

He me aquí. Respirando resignación y emanando indiferencia. Con los ojos vacíos pues lágrima alguna quiere purgar mis cuencas. Suspirando con apatía. Siendo una víctima. Víctima de mi propia deshonradse. No obstante, terminemos con esta gratuita muestra de victimismo y encaremos la verdad una vez más. Aunque duela.

Sólo escribo de verdad cuando sufro.

Cuando las cosas van mal.
Cuando se me cae el mundo encima.
Sólo entonces empuño un bolígrafo como único escudo.

Sólo inhalo mi musa si dicho aire está cargado de malestar. Quizás sufra una patológica incapacidad para trasmitir una brizna de alegría. Es posible. Necesitaría una segunda opinión y no conozco especialista alguno en el diagnóstico de dolencias de índole literaria. Tal vez debería agenciarme uno…

No digo que no sea capaz de escribir si padezco de bienestar. ¡No! He escrito trabajos escolares, he escrito algún relato perdido ya entre los archivos de mi ordenador… He escrito cosas. Pero escribir, lo que se dice escribir con arte y decencia, escribir tejiendo palabras, escribir escribiendo melodías, escribir atrapando miradas, escribir cazando suspiros, escribir siendo escritora; hace mucho que no escribo de tal manera.

Ya lo confesé en otro manuscrito: abandoné la escritura. Y ahora cuando de verdad quiero retomarla, no escribiendo mis banales pensamientos sobre un cuaderno escolar sino escribiendo verdaderos relatos, como los de mi antaño, ahora me resuenan en la cabeza todas esas voces que me dijeron: “Nunca dejes de escribir”. Como una lluvia de clavos sobre mi mortecina piel, como una cuchillada impía, como un disparo certero.

La felicidad me condujo a un abandono, la amargura a una adopción. Aquí me hallo otra vez. Sigo preguntándome por qué sólo soy consciente de estas cosas cuando todo deja de ser de color de rosa. Ahora sólo sé que tras un año sin escribir nada, quiero volver a crear historias, a imaginar vidas y a adornarlas con un barroco exceso de adjetivos. Ahora sólo sé que quiero escribir porque creo que esto se vuelve a ir a pique. Sólo sé que soy una de esas personas que viven la misma situación una y otra vez. Sólo sé que el círculo comenzó de nuevo.

Espero haberme expresado correctamente. Espero que lo hayáis entendido.

¿Por qué coño será la angustia la mejor motivación para mi atrofiada imaginación?

4 de agosto de 2010

Todo y nada

PUES, ¿sabéis qué?
Yo no tengo MI canción.
Tampoco tengo MI libro.
Tampoco tengo MI color.
Tampoco tengo MI rincón.
Tampoco tengo MI momento.
Tampoco tengo MI amigo/a.
No tengo nada. Y a la vez tengo demasiado.

Mi vida no tiene una pista de 3 minutos que la describa. No existen acordes que cuenten con suma ternura mis vivencias al completo. Hay miles de canciones que pinten una sonrisa en mi amargo rostro, pero ninguna se antepone al resto. Puedo mirarme en un espejo y leer en su reflejo distintas frases; pero cada una pertenece a una canción diferente, no se ponen de acuerdo para juntarse en una sola. Multitud de voces me ponen la piel de gallina, pero ninguna me susurra suspirante esos “lyrics” al oído. Las bases musicales despiertan mi personalidad activa, me hacen bailar hasta conseguir un buen dolor de pies. Sin embargo, en todas termino abandonando la danza yo misma antes de que la propia música concluya. Me transformo en otras personas mientras la música fluye a través de mi sangre. Soy capaz de sonreír con descaro, de reír hasta rozar el ahogamiento, de entristecerme hasta encogerme en un ovillo; no obstante, cuando la última nota pierde su fuerza en el silencioso espacio vacío, mi ficción se esfuma con ella. Unidas de la mano, se transforman en brumosas sombras, dejándome con un leve eco para mi triste consolación. De nuevo, sólo me queda recurrir al efecto aturdidor de la misma melodía y adoptar otra vez esa personalidad de juguete mientras dure dicha nana.
Cada canción, una vida. Pero ninguna encaja con la mía. Acordarse

He leído muchos libros. Menos de los que me gustaría. La mayoría de ellos en un tiempo ya lejano. Me he enamorado de personajes, de lugares, de adjetivos y de expresiones. Pero no puedo elegir ninguno. Tal vez se trate de que no me acuerdo de sus títulos. ¿Recordáis? “Mi corazón tiene mejor memoria que mi mente”. Recuerdo las lágrimas, los gritos sofocados con la mano, los chillos de rabia dirigidos a un objeto inanimado que no iba, ni a responderme, ni a alterar el curso del argumento para aliviar mis alterados ánimos. Sin embargo, ¿por qué mi mente dejó marchar recuerdos tan emotivos como éstos últimos? Quizás leí estas novelas hace demasiado tiempo y un cúmulo de información posterior las ha sepultado. Debería leer más. Llorar más leyendo. Hace mucho tiempo que i madre dejó de quejarse de mis incontables gastos en librerías. No sé si eso es una buena o mala señal. He abandonado el hábito de lectura, mi escritura se ha visto afectada por ello, no tengo MI libro y no recuerdo cuándo y qué libro me hizo llorar por última vez.

Verde. El color de la esperanza. La pintura que cogía de la caja en la guardería. El color de mis bosques. Pero la respuesta que evitaba mencionar al hablar de mi color favorito. Pensar en el verde me hace imaginarme frente a una rubia niña de melena corta y lisa. Una niña me mira en silencio con amplios ojos azules y se plancha su vestido azul con tiernas manos regordetas. Dos mofletes rosas marcan su rostro, rostro que inclina para mirar sus zapatos de charol antes de comenzar a balancearlos. Pensar en verde me hace pensar en mí misma hace muchos años. Se supone que TU color debe evocarte tu imagen, tal y como eres ahora. Mirarte a un tonel lleno de pintura de tal color e imaginar que el reflejo que se ve en esa sustancia es tu propio ser; a eso me refiero. Me resulta imposible crear una imagen semejante. Tuve mi propio color y en algún punto de la travesía, lo cambié por otro y otro y otro y otro más hasta acabar sin color. Sabiendo que ninguno me hacía sentir como un rotulador verde pero sin agallas para volver a afilar mi pintura verdusca.

No tengo lugar. O estoy fuera de lugar. Ambas. He amado poco lugares en mi vida y ninguno se ha convertido en mi rincón. Tal vez el regresar a esa antigua casa de fachadas verdes y reja blanca me hiciera comprender algunas cosas. Vaga esperanza de niña descerebrada. Aunque consiguiera volver, aunque consiguiera entrar, aunque me sentara en el centro del salón y cerrara los ojos a la espera de que los recuerdos fluyeran con mayor realismo, no serviría de nada. Mis muebles no estarían ahí, unos cuadros adornarían pareces que en otro tiempo estuvieron desnudas, el jardín no menaría el olor que yo creo recordar, los sonidos de la calle no serían los mismos. La casa con la que sueño murió en el instante en que la vendimos. Y regresar allí posiblemente me haría más daño que no volver jamás. Toda mi ensoñación terminaría con un aterrizaje forzoso en la vida real. Sería consciente y sin posibilidad de excusa, de que todo terminó. De que mi vida allí terminó. Pero esta habitación mía es tan impersonal, tan poco “mía”. El ambiente, la distribución… No siento nada cuando entro en ella. Absolutamente nada y quizás, mientras siga creyendo que mi sitio está en otra parte, seguiré sin sentir nada. ¿Será hora de aceptar que todo aquello nunca volverá? No. No es hora. En estos 9 años no ha sido hora y dudo mucho que alguna vez lo sea. Pertenezco a ese lugar de manera mucho más honda que a este por la básica y sencilla tazón de que allí conocí la felicidad. Recompraré esa casa. No sé si lo conseguiré, pero lo intentaré con todas mis fuerzas. Debo descubrir si allí tampoco siento nada o si ese fue, ha sido y será por siempre jamás MI rincón. Sólo hay una manera de averiguarlo.

¿Es MI momento el instante más feliz que viví? ¿Es MI momento el instante más triste que viví? ¿Es MI momento el instante en que me sentí el centro de la realidad? Todos son mi momento. Pese a ello, si debiera aferrarme a uno y arrojar al resto a un agujero de olvido, no podría elegir. Me daría lo mismo perderlos a todos ya que sería incapaz de salvar UNO, UNO SOLO, SÓLO UNO. ¿Si pudiera vivir de nuevo sólo un momento? Serían demasiadas experiencias, personas, frases, errores, sensaciones que infravalorar para quedarme sólo con uno. Además, yo lo olvido todo. Nada sobrevive a una mente sin retención. Lo pierdo todo. Poco a poco, apenas sin darme cuenta. Hasta que llega el instante de recordar y veo que sólo existen lagunas en mis memorias. Vivo MI momento cuando ocurre, sé que es MÍO cuando estoy sumergida en él. Al terminar, deja de ser MI momento. Simplemente, llega y se esfuma. En la mayoría de ocasiones, demasiado rápido para mi gusto. Pero si fuera más lento ya no sería del todo MI momento. Lo poco que recuerdo lo atesoro como su fuera la joya más preciada de mi colección, al fin y al cabo, son la prueba de que yo estuve aquí, de que existí. No poseo MI momento, los poseo a todos.

Respecto al contacto humano, he de decir que siempre fui una persona sociable. Nunca tuve grandes dificultades para acercarme al resto trabar amistades. Siempre me gustó la compañía de la gente. El conocer personas nuevas y diferentes se me antojó harto interesante. Llegar a comprenderlos en su totalidad y que ellos me comprendieran a mí. Entender el por qué de sus gestos, mirarlos y conocer su pensamiento más recóndito, saber cuáles eran sus defectos y de qué manera les perjudicaban. El género humano siempre ha sido demasiado interesante como para no fijarse en él. Gran parte de los humanoides que me rodean opinan que el género humano apesta, que la sociedad está echada a perder y que no merece la pena mezclarse con esa podredumbre. Discrepo sutilmente con sus ideales. Que el ser humano está perdiéndose a sí mismo no quita que la manera en que ha llegado a ese estado no sea fascinante. ¿Por qué las personas han “evolucionado”, más bien, involucionado, a algo tan vacío? ¿Qué ha empujado a esta sociedad hasta este punto? Pero, lo más importante, ¿cómo encontrar quién nos entienda si no nos aventuramos a mezclarnos entre los desconocidos? Entre la oscuridad se halla la luz, dicen. Sin embargo, por más que me mezclo, por más que conozco, por más que me sumerjo en mi hondo océano, no hallo lo que busco. Me cruzo con personas, hablo con ellas, las aprecio, trato de amarlas, de comprenderlas con total transparencia y sólo consigo ver que ellos yo tienen a otra persona. Ya tiene a SU amigo. No niego que me quieran o que yo ocupe un lugar en sus emociones, sólo digo que hay alguien más. Les aprecio a todos y cada uno de ellos pero no puedo evitar codiciar ese tipo de amistad posesiva y obsesiva donde parece que sólo una persona es necesaria. Quiero saber que se siente al ser TAN imprescindible, al saber que eres la pieza más querida de la vida de alguien, alguien por quien sientes lo mismo. No hablo de amor, hablo de amistad. Hablo de MI amigo. En estos 15 años, he representado muchas cosas para muchas personas pero nunca algo semejante. Me pregunto si alguna vez lo conseguiré. Si, en alguna ocasión, cuando yo entre en escena, no habrá ya alguien ahí.

Lo dicho: no tengo nada.

No tengo MI canción.
Pero oigo muchas que me hacen rememorar recuerdos dormidos.
No tengo MI libro.
Pero tengo muchos me gustaría releer.
No tengo MI color.
Pero lo tuve una vez.
No tengo MI rincón.
Pero sueño con encontrarlo, con saber si el elegido es el correcto.
No tengo MI momento.
Los viví todos como si fueran mi predilecto.
No tengo MI amigo/a.
Pero mucha gente representa en mí una parte de ese amigo único.

No tengo nada. Pero a la vez poseo demasiado.
¿Bastará?