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29 de septiembre de 2010

El Mar.

Y DESDE lo alto de aquella cúpula celestial, la tímida lágrima de las nubes descendió con ímpetu para precipitarse hacia los infiernos. Mas no pudo. Aquel cristalino titán de agua se opuso a sus deseos, interponiendo su homogéneo manto entre aquella endeble gota y el abismo de los condenados.
Se fundió con el mar. Abandonó su enclenque carcasa individual para entregarse a una inmensidad sin límite, ni reglas pero renunció a su autonomía, terminando a merced de un espléndido gigante infinito. No pude si no observar el proceso desde el silencio, sin pensar realmente en las transcendentales consecuencias de aquella unión. Al fin y al cabo, ¿qué es el mar sino una cofradía de lágrimas celestiales unidas para nuestra desgracia y jolgorio? Me explico: ¿puede una simple gota cambiar la devastación que provoca el mar? Quizás no, pero influye en ello. ¿Puede una simple gota ser motivo de alegría? Quizás no, pero influye sobre dicha alegría.
La mar embravecida hipnotizaba mi atención. La fuerza que destilaba en su conjunto y las olas rompientes que colisionaban contra la arcaica madera de los botes, creaban un espectáculo de vanidad donde el océano jugaba todas sus cartas.
Los desechos de tal exhibición bañaban mis mejillas. Podía alargar la mano y tocar la algodonosa espuma de la cresta de las olas. Podía dar un paso y enterrar mis píes en aquella acuosa tumba de furia, para verme empapada por el poderío de aquel elemento. Y podía cerrar mis ojos, cediendo la prioridad de disfrute a mis oídos; abrir mis tímpanos más allá del rudo barullo de la tempestad y alcanzar a escuchar una danza invisible entre las centenarias conchas del mar y el agua resbaladiza. Saboreé entonces un regusto salado en la comisura de mis labios y sonreí. El mar podía, sin duda alguna, apreciarse a través de los cinco sentidos.
Como habiendo oído mis pensamientos, el cielo rugió de envidia y el viento aumentó su velocidad. Gotas frías perlaron mis mejillas bajo aquel cielo plomizo. Gotas de lluvia y lágrimas marinas. Levanté la vista y le guiñé un ojo a la nada. Caminé de puntillas, cautamente y con lentitud, avanzando a través de aquel muelle desde el cual admiraba la rebeldía de la mar. Me asomé peligrosamente al borde del océano, lo suficiente como para empapar de agua las puntas de mi cabello y analizar mi reflejo en aquellas revueltas olas. Alcé la mirada una vez más y me reafirmé en mi inmadura decisión.
Esa fue la última vez que el viento salvaje silbó en mis oídos, justo antes de que mi ser se fundiera con aquel cristalino titán de agua y renunciara a mi egoísmo individualista para incorporarse a un “todo”, “a un conjunto”. Para bien y para mal. Para destruir y crear.


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Bueno, pues, este es el resultado de forzar a la inspiración. Un texto poco coherente, nada claro, con multitud de líneas que no entiendo ni yo y que están poco explicadas, con un final abrupto y típico. No obstante quisiera cederle estas líneas a B. porque ella me dio el tema base para escribir: "El mar" y se lo agradezco muchísimo.
Una vez más, siento haber malogrado el tema base y haberme desviado tanto de él, puesto que era un asunto al que se le podía sacar MUCHO más partido. Sin embargo, a lo hecho, pecho. ^^

10 de septiembre de 2010

Suerte que soy diestra

LA inspiración, indomable dama, que cuan Ofelia incontrolada corre a ahogar sus encantos en las líneas de otros artistas. Mi tierna musa de rostro desconocido, ¿cuándo pondrás rumbo a mi aura? ¿Cuándo, de entre tantas noches eternas que pasé buscándote, decidirás susurrarme al oído que tu amor aún está conmigo? ¿Tal vez cuando ya la tinta de mis días esté extinguida? ¿O quizás deba ir yo misma en pos de tu estela?

¿Cuál es la mayor forma de dar caza a algo que no tiene forma corpórea? ¿Una sonata que no soy capaz de componer? ¿Un texto previo que anuncie la puesta en escena de la verdadera estrella? ¿Un rayo de luna envuelto en nubes que anuncie el nacimiento de la noche, una noche que atraerá a la inspiración? ¿Un desafortunado accidente emocional cuya cura sea su transcripción? Ante todo, ¿se le puede dar cara a la inspiración? Esperemos que sí porque sino yo me hallo corriendo tras las huellas de un impostor, a la espera desesperada de darle caza.

En estos últimos días, he de admitir, pese a mi vergüenza, que me he despreocupado de escribir. El gesto de sentarme y cerrar mi mente a distracciones improductivas se me hizo pesado. Al fin y al cabo, no hay más que verme. ¡Soy el producto de demasiadas distracciones improductivas arrinconadas en poquísimos metros cúbicos! Y no me senté por falta de ocasiones o de tema, todo sea confesado. No encontré las palabras correctas y, existen ocasiones, en que el escoger las equivocadas puede acarrear indeseables consecuencias.

Maldita sea, multitud de nuevas me envuelven y temo cuanto pueda salir de mi si me inspiro en ellas. Soy una batalla campal andante, me recorren emociones contradictorias. Estoy a merced de sentimientos tan bruscos y aleatorios que siquiera me da tiempo de calificar como “míos”. Me recorre el cariño más sincero y el rencor más visceral. Con cada latido, mi corazón se hincha repleto de ego y con el siguiente, escupe sangre infectada de baja autoestima. Mi mano izquierda quiere disfrutar con el dolor ajeno y mi mano derecha desea apaciguar sentimientos desamparados.

Suerte que soy diestra.

Ardo en una espiral de noticias continuas y miles de pensamientos efímeros que hallan la muerte en el borde de mi conciencia al ser sustituidos por otros. Pero no consigo atrapar la inspiración entre mis dedos. ¿Alguno de vosotros está dispuesto a compartir su secreto conmigo?