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14 de agosto de 2010

Bollos y tortillas.

DIVERSIDAD de gustos y preferencias. Un acontecimiento que todo país o comunidad desearía alcanzar. Al fin y al cabo, ¿dónde quedaría el pluralismo si todos los individuos de un colectivo caminasen en pos de una misma idea? Sin embargo, en esta misma sociedad que aplaude, teóricamente, las desemejanzas, huelo en el aire un perfume hostil cada vez que la variedad irrumpe en escena.

De acuerdo. Esta retahíla no es nada novedosa. Todos nosotros conocemos el tinte hipócrita que pinta los cimientos de nuestra comunidad. Todos hemos experimentado de diversas maneras (he aquí de nuevo a la diversidad) la doble carta de nuestra sociedad psicópata. Pero aún con todo no puedo evitar despreciar esta conducta tan poco digna y me urge rebelarme contra ella en mi manera de lo posible, es decir, garabateando mis quejas y rogando a una divinidad inexistente que mis palabras encierran utilidad alguna para cualquiera.

En mi mente se golpean los recuerdos de mis amigas, conocidas, compañeras de labores e incluso desconocidas deshaciéndose en halagos por el género masculino. Rememoro con realismo sus piropos y comentarios lascivos, gestos que no parecían sorprender a nadie, puesto que eso es lo rutinario, ¿me equivoco?

Más he aquí otros recuerdos encerrados aún con mayor recelo, con temor a su olvido, los instantes en que yo dirigía esos mismos piropos y comentarios lascivos hacia las mujeres. Las bocas abiertas, las miradas de sorpresa e incluso algún par de ojos que claramente decía: “Lo sabía.” Y peor aún, las muecas de desprecio y los comentarios cortantes, las miradas rebosantes de asco y las palabras que destilaban rechazo.
El momento en que la imagen progresista de esta sociedad se rompió en mil pedazos, pisoteada por los propios miembro “tolerantes” de dicha sociedad.
No soy tan ilusa como para esperar una aceptación total pero sí algo de respeto. Yo nunca pondré reparos a vuestras preferencias ya que soy yo la primera que tiene algo para recriminar. No obstante, vosotros tampoco podéis apuntar con el dedo porque todos tenemos algún motivo por el cual ser tachados de “inusuales”.

¿Sabéis cómo las veo a ellas?
Como a seres de luz.
Siempre ha sido así, en verdad.

Recuerdo los primeros cursos de Secundaria, las primeros años de adolescencia; recuerdo a las niñas de hormonas revueltas; recuerdo cómo no podía participar en sus charlas lascivas. Simplemente, no lo sentía. Les veía a ellos entrar y no comprendía el motivo de revuelo. Pero, por otro lado, una parte de mí comenzaba a fijarse en las dos luciérnagas que tenía una por oji8llos, en el dulce ángulo que formaba el brazo de otra con su hombro, en la sonrisa de labios finos de otra más, en la perfección de las curvas de una cuarta. Sentía la belleza latir bajo sus pieles como si de lava ardiente se tratase. Aceleraban mi corazón con sus andares. Y, sobretodo, y aunque parezca imposible, no había rastro de lujuria en mis pensamientos. Es más, ahora que releo todo esto, noto que el índice de pastelosidad es altamente peligroso. No me reconozco en estas líneas sentimentaleras.

Como iba diciendo, era demasiado joven como para entender las reacciones que tenía lugar en mí. Simplemente, las veía a ellas más hermosas que a ellos. No niego y nunca negaré que a veces también encontraba el fantasma de la belleza en ellos. Es más, admito haber suspirado por algunos de ellos. Pero ellas siempre fueron más hermosas. Sus rasgos, su cuerpo, sus gestos, su mente en general y su alma en concreto. Me fascinó.

Con el paso del tiempo aprendí que mi sentimiento tenía un nombre. Que más gente sentía lo que yo. Fue agradable tener una forma de llamar a todo aquello. Facilitaba su expresión a los demás.

Los demás…

También comencé a exteriorizar mis emociones con aquellos en quienes confiaba. También confieso que esta conducta me ha ocasionado más de un problema y ninguna ventaja. Es complicado que, en una sociedad de personalidad múltiple, ser diferente te aporte alguna dicha.

La cosa siguió cambiando en el tiempo y finalmente, llegué a la conclusión de que no era justo. Debía callarme, guardarme sentimientos y comentarios, asentir ante mentiras y aplaudir halagos que yo no habría pronunciado. Meramente, me negué, de nuevo, a seguirles la corriente.

Ahora participo en las conversaciones de ellos cuando hablar de ellas y en las de ellas cuando hablan de ellos. Digo cuanto he de decir. Y realmente me va bien. Es muy divertido comprobar que un chico tiene la misma opinión que tú sobre otra chica. Realmente gracioso, si se me permite. En otras ocasiones, peco de superficial. Caigo y recaigo en el vicio de fijarme en una parte de la carcasa en vez de admirar, como antaño, la belleza conjunta del caparazón o la elegancia de todas las partes por separado. A veces me asombro de mi vocabulario y mentalidad. Bastos y burdos, casi vergonzosos. Realmente no opino exactamente así. Siguen siendo seres de luz para mí aunque mis palabras transmitan lo contrario. No obstante, será otra ocasión cuando hable de por qué sigo prendándome de recipientes y empleando expresiones malsonante y palabras toscas. Será otra ocasión cuando hable de atracción e inconsciencia, de descontrol y embelesamiento.

En este momento apremió a quien quiere escuchar para que la hipocresía comience su descenso al infierno, para que al menos no haya más frases de desprecio, para que la sorpresa sea menos usual, para que esto se transforme en algo más rutinario.

Algo típico, ¿no?
Un texto del montón, ¿correcto?
Otro más sobre el tema, ¿verdad?
No he dicho nada nuevo, ¿me equivoco?

Bueno, pero este es el primero que escribo yo sobre el tema. Y si yo no escribo ace4rca de algo que me atañe tan de cerca, no merezco dedos para escribir. Siento que vosotros sufráis las consecuencias de mi testarudez.

Sólo sé que como bollos y zampo tortillas.
Sólo sé que tomo carne y pescado.
Y no tengo reparos en pedir ambos platos.

1 comentarios:

Winda dijo...

Sobran las palabras, sabes lo que pienso yo ^^

Sólo diré que está genial (:

Un beso!