Skinpress Demo Rss

14 de julio de 2010

Acompañados y acompañantes

QUIZÁS al final sea cierto. Quizás al final no sepamos estar solos. Quizás al final Dios los crea y ellos se juntan. Sin embargo, en caso de que sea cierto, en caso de que no seamos más que recipientes colmados de soledad, seres que buscan desesperadamente compañía, ¿por qué entonces hay quien desprecia a aquellos que no saben estar solos? ¿Por qué entonces hay quien encuentra orgullo en su soledad? ¿Por qué entonces más vale estar solo que mal acompañado? Todas estas preguntas parecen confirmar la misma conclusión: Contra todo parecer, podemos estar solos. Y, a pesar de todas las razones obtenidas, la soledad sigue haciéndonos daño, arañando nuestra humanidad, envenenando nuestra capacidad de amar, mermando nuestra felicidad. Regresamos pues, al punto de inicio: No podemos estar solos.

¡¡¿¿??!!

Dos conclusiones contrapuestas que chocan con fuerza, debilitando la determinación obstinada de una empecinada mente de hacerse con la conclusión correcta. ¿Podemos o no? ¿Tenemos la fuerza necesaria? Tal vez, en el fondo, no se trate de 2 ideas tan opuestas, quizás la antítesis sea producto de nuestra imaginación. Quizás seamos suficientemente fuertes como para soportar parte del camino solos hasta que llegue el compañero con quien terminar el viaje, o al menos, intentar terminarlo. Quizás todo pueda ser. Quizás cuando nuestra fuerza para seguir flaquee aparezca alguien para acompañarnos durante un trecho. O quizás le busquemos nosotros mismos. Pero, en tal caso, ¿por qué al sentirnos solos, desganados y abandonados no aparece nadie? ¿Por qué los compañeros terminan marchándose? Tal vez cuando creemos que ellos nos acompañan a nosotros, nosotros les estamos acompañando a ellos. Tal vez cuando se marchan, era porque nosotros ya les habíamos aportado el suficiente apoyo, ya habíamos cumplido nuestra función de acompañantes.

También puede no ser así. Lo ignoro.

¿Debemos pues buscar nosotros a un acompañante, arriesgándonos a terminar siendo nosotros mismos el alivio y no los aliviados? ¿O debemos sentarnos a aguardar? El inconveniente reside en que siquiera esta segunda opción nos libra de la posibilidad de convertirnos en “acompañantes”. ¿Tal vez evitar toda compañía humana? Siquiera esta opción es viable. Alguien terminará acercándose a tu camino en calidad de acompañante o de “parásito”.

Podemos estar solos. Podemos estar acompañados. Podemos ser acompañantes de otros. Y es entonces, en esta última opción, cuando el sufrimiento llega hasta nosotros. Cuando otros toman todo de nosotros sin dejar nada a cambio. Cuando hablan de “estar mal acompañado” se refieres a ser acompañantes de otros, a vivir inmersos en la ilusión de yacer en compañía cuando en realidad estamos solos. Cuando se refieren a “no saber estar solo” hablan de ser siempre acompañantes. Somos recipientes de soledad con el fin de que busquemos compañía, sirviendo de algo a otros y ellos a nosotros. Ese sentimiento de desamparo que nos suele invadir es tan sólo una manera de agilizar la búsqueda de compañeros. ¿Si no sintiéramos esa soledad, nos juntaríamos con alguien? No. No habría necesidad. Nuestra sensación de abandono es tan sólo una estratagema de la naturaleza para que su sistema funcione.

Sin embargo, a pesar de todo lo reflexionado, lo hablado y lo escrito, ¿es posible ser “acompañante” y estar acompañado al mismo tiempo? He ahí la cuestión para la cual aún no hallo respuesta.

0 comentarios: