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4 de agosto de 2010

Todo y nada

PUES, ¿sabéis qué?
Yo no tengo MI canción.
Tampoco tengo MI libro.
Tampoco tengo MI color.
Tampoco tengo MI rincón.
Tampoco tengo MI momento.
Tampoco tengo MI amigo/a.
No tengo nada. Y a la vez tengo demasiado.

Mi vida no tiene una pista de 3 minutos que la describa. No existen acordes que cuenten con suma ternura mis vivencias al completo. Hay miles de canciones que pinten una sonrisa en mi amargo rostro, pero ninguna se antepone al resto. Puedo mirarme en un espejo y leer en su reflejo distintas frases; pero cada una pertenece a una canción diferente, no se ponen de acuerdo para juntarse en una sola. Multitud de voces me ponen la piel de gallina, pero ninguna me susurra suspirante esos “lyrics” al oído. Las bases musicales despiertan mi personalidad activa, me hacen bailar hasta conseguir un buen dolor de pies. Sin embargo, en todas termino abandonando la danza yo misma antes de que la propia música concluya. Me transformo en otras personas mientras la música fluye a través de mi sangre. Soy capaz de sonreír con descaro, de reír hasta rozar el ahogamiento, de entristecerme hasta encogerme en un ovillo; no obstante, cuando la última nota pierde su fuerza en el silencioso espacio vacío, mi ficción se esfuma con ella. Unidas de la mano, se transforman en brumosas sombras, dejándome con un leve eco para mi triste consolación. De nuevo, sólo me queda recurrir al efecto aturdidor de la misma melodía y adoptar otra vez esa personalidad de juguete mientras dure dicha nana.
Cada canción, una vida. Pero ninguna encaja con la mía. Acordarse

He leído muchos libros. Menos de los que me gustaría. La mayoría de ellos en un tiempo ya lejano. Me he enamorado de personajes, de lugares, de adjetivos y de expresiones. Pero no puedo elegir ninguno. Tal vez se trate de que no me acuerdo de sus títulos. ¿Recordáis? “Mi corazón tiene mejor memoria que mi mente”. Recuerdo las lágrimas, los gritos sofocados con la mano, los chillos de rabia dirigidos a un objeto inanimado que no iba, ni a responderme, ni a alterar el curso del argumento para aliviar mis alterados ánimos. Sin embargo, ¿por qué mi mente dejó marchar recuerdos tan emotivos como éstos últimos? Quizás leí estas novelas hace demasiado tiempo y un cúmulo de información posterior las ha sepultado. Debería leer más. Llorar más leyendo. Hace mucho tiempo que i madre dejó de quejarse de mis incontables gastos en librerías. No sé si eso es una buena o mala señal. He abandonado el hábito de lectura, mi escritura se ha visto afectada por ello, no tengo MI libro y no recuerdo cuándo y qué libro me hizo llorar por última vez.

Verde. El color de la esperanza. La pintura que cogía de la caja en la guardería. El color de mis bosques. Pero la respuesta que evitaba mencionar al hablar de mi color favorito. Pensar en el verde me hace imaginarme frente a una rubia niña de melena corta y lisa. Una niña me mira en silencio con amplios ojos azules y se plancha su vestido azul con tiernas manos regordetas. Dos mofletes rosas marcan su rostro, rostro que inclina para mirar sus zapatos de charol antes de comenzar a balancearlos. Pensar en verde me hace pensar en mí misma hace muchos años. Se supone que TU color debe evocarte tu imagen, tal y como eres ahora. Mirarte a un tonel lleno de pintura de tal color e imaginar que el reflejo que se ve en esa sustancia es tu propio ser; a eso me refiero. Me resulta imposible crear una imagen semejante. Tuve mi propio color y en algún punto de la travesía, lo cambié por otro y otro y otro y otro más hasta acabar sin color. Sabiendo que ninguno me hacía sentir como un rotulador verde pero sin agallas para volver a afilar mi pintura verdusca.

No tengo lugar. O estoy fuera de lugar. Ambas. He amado poco lugares en mi vida y ninguno se ha convertido en mi rincón. Tal vez el regresar a esa antigua casa de fachadas verdes y reja blanca me hiciera comprender algunas cosas. Vaga esperanza de niña descerebrada. Aunque consiguiera volver, aunque consiguiera entrar, aunque me sentara en el centro del salón y cerrara los ojos a la espera de que los recuerdos fluyeran con mayor realismo, no serviría de nada. Mis muebles no estarían ahí, unos cuadros adornarían pareces que en otro tiempo estuvieron desnudas, el jardín no menaría el olor que yo creo recordar, los sonidos de la calle no serían los mismos. La casa con la que sueño murió en el instante en que la vendimos. Y regresar allí posiblemente me haría más daño que no volver jamás. Toda mi ensoñación terminaría con un aterrizaje forzoso en la vida real. Sería consciente y sin posibilidad de excusa, de que todo terminó. De que mi vida allí terminó. Pero esta habitación mía es tan impersonal, tan poco “mía”. El ambiente, la distribución… No siento nada cuando entro en ella. Absolutamente nada y quizás, mientras siga creyendo que mi sitio está en otra parte, seguiré sin sentir nada. ¿Será hora de aceptar que todo aquello nunca volverá? No. No es hora. En estos 9 años no ha sido hora y dudo mucho que alguna vez lo sea. Pertenezco a ese lugar de manera mucho más honda que a este por la básica y sencilla tazón de que allí conocí la felicidad. Recompraré esa casa. No sé si lo conseguiré, pero lo intentaré con todas mis fuerzas. Debo descubrir si allí tampoco siento nada o si ese fue, ha sido y será por siempre jamás MI rincón. Sólo hay una manera de averiguarlo.

¿Es MI momento el instante más feliz que viví? ¿Es MI momento el instante más triste que viví? ¿Es MI momento el instante en que me sentí el centro de la realidad? Todos son mi momento. Pese a ello, si debiera aferrarme a uno y arrojar al resto a un agujero de olvido, no podría elegir. Me daría lo mismo perderlos a todos ya que sería incapaz de salvar UNO, UNO SOLO, SÓLO UNO. ¿Si pudiera vivir de nuevo sólo un momento? Serían demasiadas experiencias, personas, frases, errores, sensaciones que infravalorar para quedarme sólo con uno. Además, yo lo olvido todo. Nada sobrevive a una mente sin retención. Lo pierdo todo. Poco a poco, apenas sin darme cuenta. Hasta que llega el instante de recordar y veo que sólo existen lagunas en mis memorias. Vivo MI momento cuando ocurre, sé que es MÍO cuando estoy sumergida en él. Al terminar, deja de ser MI momento. Simplemente, llega y se esfuma. En la mayoría de ocasiones, demasiado rápido para mi gusto. Pero si fuera más lento ya no sería del todo MI momento. Lo poco que recuerdo lo atesoro como su fuera la joya más preciada de mi colección, al fin y al cabo, son la prueba de que yo estuve aquí, de que existí. No poseo MI momento, los poseo a todos.

Respecto al contacto humano, he de decir que siempre fui una persona sociable. Nunca tuve grandes dificultades para acercarme al resto trabar amistades. Siempre me gustó la compañía de la gente. El conocer personas nuevas y diferentes se me antojó harto interesante. Llegar a comprenderlos en su totalidad y que ellos me comprendieran a mí. Entender el por qué de sus gestos, mirarlos y conocer su pensamiento más recóndito, saber cuáles eran sus defectos y de qué manera les perjudicaban. El género humano siempre ha sido demasiado interesante como para no fijarse en él. Gran parte de los humanoides que me rodean opinan que el género humano apesta, que la sociedad está echada a perder y que no merece la pena mezclarse con esa podredumbre. Discrepo sutilmente con sus ideales. Que el ser humano está perdiéndose a sí mismo no quita que la manera en que ha llegado a ese estado no sea fascinante. ¿Por qué las personas han “evolucionado”, más bien, involucionado, a algo tan vacío? ¿Qué ha empujado a esta sociedad hasta este punto? Pero, lo más importante, ¿cómo encontrar quién nos entienda si no nos aventuramos a mezclarnos entre los desconocidos? Entre la oscuridad se halla la luz, dicen. Sin embargo, por más que me mezclo, por más que conozco, por más que me sumerjo en mi hondo océano, no hallo lo que busco. Me cruzo con personas, hablo con ellas, las aprecio, trato de amarlas, de comprenderlas con total transparencia y sólo consigo ver que ellos yo tienen a otra persona. Ya tiene a SU amigo. No niego que me quieran o que yo ocupe un lugar en sus emociones, sólo digo que hay alguien más. Les aprecio a todos y cada uno de ellos pero no puedo evitar codiciar ese tipo de amistad posesiva y obsesiva donde parece que sólo una persona es necesaria. Quiero saber que se siente al ser TAN imprescindible, al saber que eres la pieza más querida de la vida de alguien, alguien por quien sientes lo mismo. No hablo de amor, hablo de amistad. Hablo de MI amigo. En estos 15 años, he representado muchas cosas para muchas personas pero nunca algo semejante. Me pregunto si alguna vez lo conseguiré. Si, en alguna ocasión, cuando yo entre en escena, no habrá ya alguien ahí.

Lo dicho: no tengo nada.

No tengo MI canción.
Pero oigo muchas que me hacen rememorar recuerdos dormidos.
No tengo MI libro.
Pero tengo muchos me gustaría releer.
No tengo MI color.
Pero lo tuve una vez.
No tengo MI rincón.
Pero sueño con encontrarlo, con saber si el elegido es el correcto.
No tengo MI momento.
Los viví todos como si fueran mi predilecto.
No tengo MI amigo/a.
Pero mucha gente representa en mí una parte de ese amigo único.

No tengo nada. Pero a la vez poseo demasiado.
¿Bastará?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo tengo mi canción, tengo unas pocas canciones que son mías, hablan de mi vida. Son canciones tristes, crudas y duras. Son las canciones con las que nadie quiere relacionarse, y las recuerdan en fugaces momentos desgraciados de su vida, si acaso alguno. Me recuerdan lo triste que es mi vida.

Tengo mi libro, libros que amo con todo mi ser. Estos me recuerdan cada día lo que yo nunca llegaré a ser, lo que siempre he soñado y siempre soñare y nunca se va a cumplir. Desde la estantería se burlan de mi y yo no puedo evitar amarlos y llorar por ellos.

Tengo mi color, el unico color para mi es el negro, el resto de colores son demasiado puros como para que me pueda relacionar con ellos, el negro es el único en el cual me siento cómodo.

Tengo mi rincón, hay lugares especiales que nunca olvidaré. Lugares donde he sido feliz, lugares que ahora me recuerdan a las mentiras en las que se basó mi felicidad, lugares a los que no quiero volver.

Tengo mi momento. Recuerdo años atras, cuando fui feliz, durante unos fugaces segundos, y fue puro éxtasis. Esa felicidad se alimentaba de mi estupidez, y se aposentaba en mentiras. Era felicidad falsa, ahora pensar en ello me sabe a bilis.

Yo una vez tuve un amigo. Ese amigo con el que no necesitas a absolutamente nadie mas. Durante dos años fue el centro de mi mundo y todos los destinos posibles. Dejó de serlo. Un día su mascara comenzó a caerse y yo comencé a abrir los ojos. Mi mundo se rompió en mil pedazos y me quede solo, por completo, traicionado y perdido.


No tienes, una canción, un libro, un color, un rincón, un momento o un amigo. Tienes miles de canciones, miles de libros, miles de colores, miles de rincones, miles de momentos y miles de amigos, y esos son solo una parte de los que van a ser parte de tu vida.


No puedes ni imaginarte lo afortunada que eres.

Sofía dijo...

No tengo palabras. Simplemente genial.